viernes, 31 de octubre de 2008

Hipnopædia

At the end of the room a loud-speaker projected from the wall. The Director walked up to it and pressed a switch.
'...all wear green', said a soft but very distinct voice, beginning in the middle of a sentence, 'and Delta children wear khaki. Oh no, I don't want to play with Delta children. And Epsilons are still worse. They're too stupid to be able to read or write. Besides, they wear black, which is such a beastly colour. I'm so glad I'm a Beta.'
There was a pause; then the voice began again.
'Alpha children wear grey. They work much harder than we do, because they're so frightfully clever. I'm really awfully glad I'm a Beta, because I don't work so hard. And then we are much better than the Gammas and Deltas. Gammas are stupid. They all
wear green, and Delta children wear khaki. Oh no, I don't want to play with Delta children. And Epsilons are still worse. They're too stupid to be able...'
The Director pushed back the switch. The voice was silent. Only its thin ghost continued to mutter from beneath the eighty pillows.
'They'll have that repeated forty or fifty times more before they wake; then again on Thursday, and again on Saturday. A hundred and twenty times three times a week for thirty months. After which they go on to a more advanced lesson.'

Aldous Huxley, Brave New World; p.21. Longman Literature, 2002

miércoles, 29 de octubre de 2008

Beleño negro (Hyosciamus niger)

Cálido y seco. Tiene muchos usos en medicina, pero sólo anotaremos unos pocos, por ser una planta algo peligrosa, por lo cual deben emplearla sólo los médicos. He aquí un aceite excelente para la curación del reumatismo articular y las neuralgias: Póngase al baño maría 25 gramos de hojas tiernas de beleño negro en un litro de un buen aceite de olivas, y déjese hasta que se evapore el agua de vegetación del material. Se aplica sobre la parte enferma, cubriéndola con un lienzo de lana, sujetado con una venda. Las semillas de esta planta se utilizan en sahumerio para calmar el dolor de muelas y curar los sabañones. El olor del beleño negro, respirado por algún tiempo, produce un profundo estupor. Botánica oculta: El humo de sus semillas, cogidas y quemadas a la hora de Saturno, provoca riñas, discusiones violentas. Brujos malvados aprovechan las propiedades maléficas del beleño negro para producir la locura y, a veces, la muerte, obrando a distancia y con toda impunidad. Esta planta forma parte de la pomada con que se untaban las brujas para asistir al aquelarre. Esta receta infernal vale más que permanezca ignorada. Únicamente ha sido publicada en el libro Páctum, afortunadamente hoy rarísimo.

Rodolfo Putz, Botánica oculta. Las plantas mágicas según Paracelso (Edición facsímil); p. 226. Ed. Maxtor, 2006.

lunes, 27 de octubre de 2008

El siglo XX

En 1900, la reina Victoria y Jules Verne estaban vivos, y el siglo XX, que ya corría en los calendarios, no había empezado aún. El siglo XX, ya se sabe, empezó en 1914, con las matanzas industriales de hombres en los barrizales sangrientos de la Primera Guerra Mundial y con la introducción de los cascos de acero y del color caqui en los uniformes militares, que hasta entonces tendían a los rojos y azules de los casacones de opereta. El siglo XX empezó con la aplicación de los principios de la cadena de montaje a la fabricación de coches, de películas y de cadáveres humanos. Hasta entonces, las películas eran distracciones rudas de barraca de feria, los automóviles seguían pareciendo catafalcos o coches de caballos y los muertos, incluso los muertos de la guerra, eran muertos artesanales, de uno en uno, con nombres y apellidos, casi parroquianos de la muerte, como los parroquianos de las tiendas de ultramarinos.

Antonio Muñoz Molina, Ardor Guerrero; p.226. Ed. Alfaguara, 1996.

viernes, 24 de octubre de 2008

Victor, el niño salvaje

Cierto día en que se hallaba en la cocina cociendo unas patatas, dos personas se pusieron a discutir muy animosamente a sus espaldas, sin que él les prestase de momento la más mínima atención; pero cuando un tercero se aproximó a terciar en la disputa, iniciando todas sus interpelaciones con las palabras «Oh, c'est différent», pude observar cómo todas las veces que aquella persona soltaba su exclamación favorita, «oh», nuestro niño bravío no dejaba de volver rápidamente la cabeza. A la tarde, hacia la hora de acostarlo, hice algunos experimentos con aquel mismo sonido y vine a obtener más o menos parejos resultados: le hice desfilar ante el oído todos los demás sonidos simples a los que damos el nombre de vocales, sin conseguir el más pequeño efecto. Fue, pues, esta marcada preferencia por la O lo que me resolvió a ponerle un nombre que terminase por dicha vocal, y elegí el de Victor. Este es el nombre con el que se ha quedado, y rara vez deja de volver la cabeza o de acudir cuando se dice en alta voz. Y aun acaso a esta misma razón puede achacarse el que más adelante haya llegado a comprender el sentido de la palabra no, de la que a menudo me sirvo para hacerle volverse de su error cuando se equivoca en sus pequeños ejercicios.

Jean Itard. Memoria e Informe sobre Victor de l'Aveyron; p.34-5. Ed. Alianza, 1982.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Tuberculosis pulmonar

«Procesado que ante nosotros comparecéis, habéis sido acusado del grave delito de hallaros atacado de tuberculosis pulmonar y después de la prueba imparcial hecha ante el jurado formado por vuestros conciudadanos, habéis sido declarado culpable. Contra la justicia de su veredicto no he de pronunciar una sola palabra: los cargos en contra vuestra han resultado abrumadores y sólo me resta dictar una sentencia adecuada a los fines que la ley persigue. Esta sentencia habrá de ser muy severa. Me duele hondamente ver a un hombre tan joven aún, cuyo porvenir se presentaba en todo lo demás tan lleno de esperanzas, llevado a tan lamentable trance por una constitución física que sólo puedo calificar de radicalmente viciada. Mas vuestro caso no admite compasión: éste no es vuestro primer delito; habéis llevado una vida de crímenes y aprovechado la clemencia que os fue demostrada en ocasiones anteriores para delinquir aún más gravemente contra las leyes e instituciones de vuestro país. El año pasado sufristeis una condena por bronquitis con circunstancias agravantes; y veo que, no obstante tener veintitrés años solamente, habéis sido encarcelado hasta catorce veces por padecer enfermedades más o menos aborrecibles. En verdad, no exagero si digo que habéis pasado la mayor parte de vuestra vida en la cárcel.»

Samuel Butler, Erewhon o Allende las montañas; p.132. Ed. Bruguera, 1982.

lunes, 20 de octubre de 2008

La ciudad sobre los campos

Amaneció por fin, un día violento y sesgado, con un duro cielo de acero y un viento de halcones. Escasas nubes blancas corrían muy lejos, a lo largo del levante. Era un cielo lleno de prisas, como de batallas. La ciudad callaba agazapada en medio de los campos como una inmensa liebre temerosa. Rechinaban al viento las negras chimeneas de lata, vacías de humo. La ciudad estaba indefensa bajo el cielo: no guardaban los pájaros su aire, ni el humo sus tejados. Callaba y encogía su lomo al viento, como animal azorado. Y el cierzo batía las calles y las invadía, como buscando alguna venganza. Restallaban las ropas tendidas en los patios y en las traseras que dan a los solares. Y el sol se echaba sin respeto sobre la ciudad, con la luz plana de las llanuras. La ciudad estaba desnuda y al descubierto: se la veía hecha sobre los campos, vacía del ensueño que la amparaba. Con sus ojos abiertos tenía miedo de su soledad y se miraba en torno como diciendo: "Yo soy nada sobre los campos".
Era un día para los pálidos y desamparados que subían a las azoteas a mirar ojerosos la montaña y a sentirse fuertes, por una vez, cara al viento.
Pero detrás de los oscuros cristales, ojos de mujer miraban temerosos el día y el viento, y decían en un escalofrío: "¡Malo viene este carnaval!"

Rafael Sánchez Ferlosio, Alfanhuí; p.124-5. Ed. Destino, 1988.

viernes, 17 de octubre de 2008

Vida guiada

[Encuentro] que los libros y las palabras (y a menudo la gente) llegan a nuestro conocimiento justo en el preciso momento en que les necesitamos. Que uno se desliza sobre enormes peligros como si tuviese los ojos cerrados, ignorando lo que le habría aterrorizado o desencaminado, hasta que el peligro ha pasado -éste suele ser el caso en las tentaciones de vanidad y sensualidad-; que los caminos por donde uno no debiera aventurarse están, sea por lo que sea, cercados de espinos; pero que por otro lado importantes obstáculos quedan eliminados repetidamente; que cuando es llegado el tiempo de algo súbito se percibe el coraje que antes faltaba, se alcanza la raíz de una cuestión que antes estaba escondida, o se descubren pensamientos, posibilidades, incluso retazos de conocimiento y percepción interior en uno mismo de los que es imposible asegurar de donde vienen.[...]

Además, el propio yo resuelve sus asuntos ni demasiado pronto ni demasiado tarde, cuando fácilmente se habrían desbaratado por inoportunidad, incluso cuando los preparativos habían quedado bien organizados. Se añade a esto que se realizan con perfecta tranquilidad mental, casi como si fuesen cuestiones intrascendentes, como encargos que hiciésemos a cuenta de otra persona, en cuyo caso actuamos realmente con más calma que cuando lo hacemos por nuestros intereses. De nuevo, uno descubre que puede esperar pacientemente, y que en esto consiste uno de los grandes secretos de la vida. También sucede que todo llega en su momento, una cosa después de otra, de manera que se gana tiempo para asegurar un paso antes de avanzar otro más, y entonces todo acontece en el momento adecuado, [...] y a menudo de forma sorprendente, como si una tercera persona vigilase aquellas cosas que estamos en fácil peligro de olvidar.

C. Hilty, Flück, Dritter Theil (1900), citado en: William James, Las variedades de la experiencia religiosa; p.518. Ed. Orbis, 1988.

miércoles, 15 de octubre de 2008

El Mac Guffin

El «Mac Guffin» es, en las películas de espionaje o de suspense, etc., el documento secreto, los papeles, el secreto militar o político que constituye, aparentemente, lo que está en juego en la ficción. Hitchcock asegura que ese contenido del Mac Guffin debe ser «importante en extremo para los personajes del film, pero sin importancia para mí, narrador». Así, la historia puede mantenerse y apasionar al público en torno a un pretexto que poco importa al guionista y al público. [...]
El «Mac Guffin» más famoso de la historia más gigantesca (cuatro óperas que totalizan doce o trece horas de duración) es el anillo de oro por el que lucha el universo entero, en La Tetralogía de Wagner. Es interesante observar que se supone que ese anillo es detentador de un poder extraordinario para aquel que conoce su naturaleza (como la fórmula del «arma absoluta» de las historias de espionaje), pero que, salvo al principio (para el gnomo Alberich), ese poder del anillo nunca sirve. El que ha sido concebido para conseguirlo, Siegfried, no conoce nunca su poder, y cuando lo recupera, se sirve de él como de un anillo nupcial. Este anillo dotado de un poder que nunca se utilizará, y que, a decir verdad, poco importa para los espectadores en tanto que objeto, mientras que se apasionan por todo el destino humano que está en juego por él, es el ejemplo perfecto de «Mac Guffin».

Michel Chion, Cómo se escribe un guión; p.140-2. Ed. Cátedra, 2003.

lunes, 13 de octubre de 2008

El crac

La prensa sensacionalista de aquellos días indujo a creer que una ola de suicidios podaba el árbol financiero de los Estados Unidos. Los arruinados magnates de la Bolsa hacían cola para alquilar habitaciones en los pisos altos de los hoteles, desde donde arrojarse al vacío. Era peligroso transitar por determinadas zonas de la ciudad a causa de los especuladores que caían del cielo como las hojas amarillas arrancadas por el viento del otoño. No ocurrió en tanta profusión, pero sí se produjeron algunos suicidios que alimentaban la leyenda. El martes 30 de octubre se extrajo del río Hudson, en Nueva York, el cadáver de un corredor de Bolsa. En sus ropas se hallaron 9,49 dólares y varias peticiones de crédito. En días posteriores al martes negro se produciría una serie de suicidios. Algunos eran modestos jugadores que perdieron hasta las cejas y eran perseguidos por los prestamistas. Sus nombres quedaron en el olvido, pero otros fueron potentados, cuyo suicidio desencadenó ríos de tinta. Así, el presidente de la Rochester Gas and Electric Company, que se envenenó con gas, o J. J. Biordan, consejero de importantes entidades financieras y presidente de la County Trust Company, que se descerrajó un tiro en la cabeza el viernes 8 de noviembre. Su muerte se ocultó a la opinión pública hasta el cierre bancario del sábado para evitar una ola de pánico entre los impositores.

David Solar, El crac; p.64. Extraído de: Cuadernos de Historia 16. Historia Universal del siglo XX, Nº 12: El crac de 1929. Temas de Hoy, 1998

viernes, 10 de octubre de 2008

La máquina de abrazar

-¿Qué es eso? -pregunté.
-Mi máquina de estrujar -replicó Temple-. Algunas personas la llaman mi máquina de abrazar.
El dispositivo tenía dos lados de madera pesados y oblicuos, quizá de metro por metro veinte, agradablemente forrados de un acolchado grueso y suave. Unos goznes los unían a un tablero inferior largo y estrecho para crear una artesa del tamaño del cuerpo y en forma de V. Había una compleja caja de control a un lado, con tubos para grandes cargas conectados a otro dispositivo, en un armario. Temple también me lo enseñó.
-Es un compresor industrial -dijo- de los que se utilizan para hinchar neumáticos.
-¿Y qué hace?
-Ejerce una firme pero cómoda presión en el cuerpo, de los hombros a las rodillas -dijo Temple-. Puede ser una presión constante, variable o pulsátil, como se desee -añadió. Hay que entrar a cuatro patas (le enseñaré) y poner en marcha el compresor. Tiene todos los controles en la mano, aquí, delante de usted.
Cuando le pregunté por qué iba uno a querer someterse a tal presión, me lo contó. De niña, dijo, anhelaba que la abrazaran, pero al mismo tiempo tenía terror a todo contacto. Cuando la abrazaban, especialmente su tía favorita (aunque enorme), se sentía agobiada y abrumada por la sensación; sentía paz y placer, pero también terror, como si se la tragaran. Comenzó a soñar con -sólo tenía cinco años- una máquina mágica que podía estrujarla poderosa pero suavemente, como en un abrazo, de una manera que ella dominara y controlara por completo. Años después, siendo adolescente, vio la foto de una rampa de sujeción ideada para sujetar o encerrar becerros y comprendió que era aquello lo que había estado buscando: con una pequeña modificación para el uso humano, podría ser la máquina de sus sueños.

Oliver Sacks, Un antropólogo en Marte; p.321-2. Ed. Anagrama, 2003.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Veracidad

Otra variedad de la mentira, extraordinariamente perjudicial para la juventud, consiste en la amenaza de castigos que no se piensa infligir. El doctor Ballard, en su muy interesante libro The Changing School, ha formulado este principio con un tanto de énfasis: «No amenacéis. En caso de hacerlo, que nada os detenga en su realización. Si decís a un niño "Si vuelves a hacer eso, te mato", matadle. Si no lo hacéis, os perderá todo respeto.» Los castigos con que amenazan las niñeras y los padres ignorantes a los niños no son tan radicales, pero el principio en que se apoyan es el mismo. No conviene aplicar este procedimiento sino en casos extremos, mas una vez iniciado, no hay que abandonarlo, aunque después nos pese habernos embarcado. Si amenazamos con un castigo, sea siempre uno que podamos ejecutar; nunca se debe lanzar un reto con la esperanza de que no sea aceptado. Es extraño el trabajo que cuesta hacer comprender esto a la gente ineducada. Es especialmente censurable la amenaza terrorífica, como cuando se les dice que los va a encerrar el policía o que se los va a llevar el coco. Esto produce al principio un estado peligroso de terror nervioso, y después un completo escepticismo en cuanto a las afirmaciones y amenazas de las personas mayores.

Bertrand Russell, Sobre educación; p.149.50. Ed. Espasa Calpe, 1998.

lunes, 6 de octubre de 2008

Contacto

Intrigado por estas viejas preguntas, inquirí a [Freeman] Dyson si él pensaba que pronto entraríamos en contacto con formas de vida extraterrestre. Su respuesta me sorprendió bastante. Dijo: «Espero que no». Pensé que era extraño que alguien que ha pasado décadas especulando sobre civilizaciones inteligentes en el espacio exterior tuviese reservas sobre la posibilidad de encontrarlas realmente. Conociendo la historia británica, sin embargo, debe haber tenido buenas razones para no correr a abrazar otras civilizaciones. La civilización británica estaba probablemente varios cientos de años más avanzada que muchas de las civilizaciones, tales como la india y la africana, conquistadas por el ejército y la marina británicos. [...]
Cuando pensamos en cómo podríamos reaccionar frente a los visitantes del espacio exterior, resulta instructivo leer cómo reaccionaron los aztecas frente a los visitantes que procedían de España: «Cogían el oro como si fueran monos, con sus rostros encendidos. Pues evidentemente, su sed de oro era insaciable; ellos se morían por él; lo codiciaban; querían atiborrarse de él como si fueran cerdos. De modo que lo manoseaban, tomaban montones de oro, los movían de un lado para otro, lo cogían para sí mismos, farfullando y diciéndose galimatías
».

Michio Kaku, Hiperespacio; p. 409-10; Ed. Crítica, 2006

viernes, 3 de octubre de 2008

A Guiberto, monje de la abadía de Gembloux, de Hildegard, abadesa de Rupersberg

Como mujer, nunca olvido quién soy y a menudo tiemblo de miedo porque raras veces me siento segura de mi capacidad. Tiendo, no obstante, las manos hacia Dios, para que Él me sostenga como una pluma que, aunque carece de peso y fuerza, vuela con el viento, pues no acierto a comprender qué veo mientras permanezco en mi cuerpo humano.
Sin embargo, desde que era niña hasta ahora, cuando tengo ochenta años, esta visión nunca me ha abandonado.
[...] La Luz que capto no está fija en un lugar. Aunque no alcanzo a discernir su altura, longitud o anchura, la describo como «el reflejo de la Luz Viva», pues del mismo modo que se reflejan el sol, la luna y las estrellas en las aguas, relucen con gran brillo en mí en medio de esa Luz las Escrituras, sermones y virtudes.
Todo cuanto veo u oigo en esa visión lo veo, oigo y comprendo a la vez, y lo conservo en el recuerdo. En cambio lo que no veo, no lo comprendo, porque no soy erudita y no me enseñaron a escribir a la manera de los filósofos. Las palabras que plasmo en una hoja no son como las que salen de la boca de un hombre, sino que se asemejan a una trémula llama o a una nube agitada por el aire.
Tampoco tengo manera de conocer la forma de esa Luz, de igual modo que no me es posible mirar directamente al sol. En cualquier caso, en el interior de esa Luz muchas veces veo otra Luz a la que yo llamo «la Luz Viva» pero nunca sé cómo ni dónde va a aparecer.
De todas formas mientras la miro, toda pena y perplejidad se esfuman, de tal manera que vuelvo a ser una niña inocente a pesar de mi avanzada edad.

Joan Ohanneson, Una luz tan intensa. Hildegard Von Bingen; p.339-40. Ediciones B, 1998

miércoles, 1 de octubre de 2008

El mal gusto

¿Ha visto usted fusilar a un hombre alguna vez? No, seguramente, eso se hace en general por invitación y el público tiene que ser antes elegido. El caso es que usted no ha pasado de las estampas de los libros. Una venda en los ojos, un poste y a lo lejos unos cuantos soldados. Pues bien ¡no es eso! ¿Sabe usted que el pelotón se sitúa a metro y medio del condenado? ¿Sabe usted que si diera un paso hacia adelante se daría con los fusiles en el pecho? ¿Sabe usted que a esta distancia los fusileros concentran su tiro en la región del corazón y que entre todos, con sus balas hacen un agujero donde se podría meter el puño? No, usted no lo sabe porque son detalles de los que no se habla. El sueño de los hombres es más sagrado que la vida para los apestados. No se debe impedir que duerman las buenas gentes. Sería de mal gusto: el buen gusto consiste en no insistir, todo el mundo lo sabe. Pero yo no he vuelto a dormir bien desde entonces. El mal gusto se me ha quedado en la boca y no he dejado de insistir, es decir, de pensar en ello.

Albert Camus, La peste; p.154. RBA Editores, 1994.