Sigmund Freud, Tótem y tabú. Alianza Editorial, 1981. p.54-5.
lunes, 24 de agosto de 2009
Cabezas cortadas
Otros pueblos han hallado el medio de convertir a sus enemigos muertos en amigos, guardianes y protectores. Este medio consiste en tratar con todo cariño las cabezas cortadas, costumbre de la que se vanaglorian determinadas tribus salvajes de Borneo. Cuando los dayaks de la costa de Sarawak traen consigo, al volver de una expedición, la cabeza de un enemigo, la tratan, durante meses enteros, con toda clase de amabilidades, dedicándole los nombres más dulces y cariñosos que el lenguaje posee, introduciéndole en la boca los mejores bocados de su comida, golosinas y cigarros, y rogándole encarecidamente que olvide a sus antiguos amigos y conceda todo su amor a sus nuevos huéspedes, pues forma ahora parte de su casa. Se equivocaría aquel que en esta macabra costumbre, tan horrible para nosotros, viera una intención irónica.
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lunes, 17 de agosto de 2009
Cada uno en su orilla
Dios volvió a ser la Todopoderosa Negación de siempre. Sin embargo, no puedo tenerle rencor, no puedo manosearlo con mi odio. Sé que me dio la oportunidad y que no supe aprovecharla. Quizás algún día pueda asir ese argumento único, decisivo, pero para entonces yo ya estaré atrozmente ajado y este presente más ajado aún. A veces pienso que si Dios jugara limpio, también me habría dado el argumento que debía usar contra él. Pero no. No puede ser. No quiero un Dios que me mantenga, que no se decida a confiarme la llave para volver, tarde o temprano, a mi conciencia; no quiero un Dios que me brinde todo hecho, como podría hacer uno de esos prósperos padres podridos en plata, con su hijito pituco e inservible. Eso sí que no. Ahora las relaciones entre Dios y yo se han enfriado. Él sabe que no soy capaz de convencerlo. Yo sé que él es una lejana soledad, a la que no tuve ni tendré nunca acceso. Así estamos, cada uno en su orilla, sin odiarnos, sin amarnos, ajenos.
Mario Benedetti, La tregua. Alianza-Nueva Imagen, 1985. p. 161
Mario Benedetti, La tregua. Alianza-Nueva Imagen, 1985. p. 161
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lunes, 3 de agosto de 2009
La isla de las mujeres
Aquí podemos relatar lo que ocurrió con las mujeres de Lemnos como resultado de la visita del Argo a su hospitalaria isla. Cincuenta mujeres dieron a luz niñas, y nada menos que ciento cincuenta dieron a luz niños. De estos hijos, sesenta y nueve eran de constitución robusta, ojos vivos y temperamento vivo, lo cual los distinguía como hijos de Hércules; quince se parecían al gran Anceo, que también engendró tres niñas; doce niños y cinco niñas se parecían a Idas; y de este modo, en orden descendente hasta llegar al pequeño Anceo que sólo engendró una niña.
Jasón le dio a Hipsípila dos hijos gemelos, llamados Euneo y Nebrófono, de los cuales Euneo, por ser el mayor, llegó a gobernar Lemnos como su rey y se casó con Lalage, la hija del pequeño Anceo, y fue famoso por sus bien plantados viñedos. Sin embargo, el Argo ya no volvió a atracar en Mirina y Jasón se olvidó de Hipsípila, del mismo modo que después se olvidó de otras mujeres; pero Hilas no olvidó a Ifínoe porque era un muchacho muy impresionable.
Robert Graves, El vellocino de oro. Edhasa, 1998. p. 161.
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