viernes, 24 de diciembre de 2010

El premio del martirio

Precisamente por aquel tiempo fueron apresados dos jóvenes que creían en Jesucristo: a uno de ellos desnudáronle enteramente, embadurnaron su cuerpo con miel, y cuando el sol más calentaba, arrojáronlo al suelo y allí lo dejaron expuesto a los aguijonazos de las moscas y de las avispas. Al otro, para que no pudiera defenderse, atáronle sus pies y sus manos con cordones muy vistosos, acostáronlo en un lecho blandísimo situado al aire libre en un paraje de temperatura tibia y suave y en un sitio muy ameno, a orillas de unos riachuelos cuyas aguas producían gratísimos murmullos a los que se unían los cantos de las aves y el embriagador perfume de innumerables arbustos y flores esparcido por la acariciante brisa. Al poco rato de colocar al susodicho joven, cuya alma hallábase repleta de amor a Dios, en semejante ambiente de delicias, hicieron llegar hasta él a una muchacha bellísima, pero sumamente impúdica, para que le tentara y sedujera. Comenzó la tentadora a hacer su oficio; parecía que iba a conseguir su intento, porque el tentado empezó a sentir en su cuerpo desordenados apetitos, aunque también a luchar contra ellos y contra quien despertaba en su ánimo aquellos movimientos; mas, de pronto, deseando a toda costa librarse de su tentadora y no pudiendo hacerlo de otra manera, se retazó la lengua con sus propios dientes y la escupió, lanzándola con fuerza contra el rostro de la impúdica muchacha. Mediante este procedimiento consiguió tres cosas: dominar, con el terrible dolor que sintió en su boca, el ardor de los apetitos de su carne; alejar de su lado a la desvergonzada jovenzuela, y merecer de Dios un premio notable por la victoria que acababa de obtener.

Santiago de la Vorágine, La leyenda dorada (Selección de Alberto Manguel). 2004, Alianza Editorial. p. 46-7.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Un lugar amigable

Si después del nacimiento se trata al recién nacido con amor y sensibilidad, es posible compensar o contrarrestar gran parte del impacto traumático de esta situación que supone una amenaza para su vida. [...] Estoy convencido de que el hecho del nacimiento tendrá siempre cierto grado de traumatismo, aunque su duración sea breve y la madre sea psicológicamente estable, cariñosa y esté bien preparada. Sin embargo, inmediatamente después del parto, es conveniente colocar al recién nacido sobre el vientre o pecho de la madre, reestableciendo su relación simbiótica con ella. El impacto reconfortante del contacto físico ha sido demostrado experiencialmente [sic] y es bien sabido que los latidos del corazón pueden producir un profundo impacto positivo en el recién nacido.

La situación simbiótica sobre un buen pecho es bastante parecida a la experimentada en un buen útero. En estas circunstancias, puede establecerse un vinculo que, según los estudios recientes [...] parece tener una influencia decisiva en toda la relación futura entre madre e hijo. Si a continuación se sumerge al recién nacido en agua tibia, simulando las condiciones intrauterinas, como lo sugiere el enfoque de Leboyer, esto constituye otro poderoso elemento tranquilizador y curativo. Es como si se le dijera al recién nacido, en un idioma que es capaz de comprender: «no ha ocurrido nada horrible e irreversible. Las cosas han sido difíciles temporalmente, pero ahora te encuentras, más o menos, en el mismo estado que antes. Y así es como es la vida; puede ser dura, pero si uno persiste mejora de nuevo». Este enfoque parece imprimir en el niño, casi a nivel celular, un optimismo general o realismo con relación a la vida, una seguridad sana en sí mismo y la habilidad de enfrentarse a retos futuros. Responde positivamente, para la totalidad de la vida del individuo, a la pregunta que Einstein consideraba fundamental, con relación al problema de la existencia: «¿Es el universo un lugar amigable?».

Stanislav Grof, Psicología transpersonal. Ed. Kairós, 2006. p.281

martes, 26 de octubre de 2010

El sombrero

Cuando llegué al colegio debía de ser un muchachito muy simple. Un chico llamado Garnett me llevó un día a una pastelería y compró varios pasteles que no pagó, pues el tendero le fiaba. Al salir le pregunté por qué no había pagado, y me respondió al instante: “¿Cómo? ¿No sabes que mi tío dejó en herencia al ayuntamiento una gran cantidad de dinero a condición de que todos los comerciantes diesen sin pagar cuanto quisiera a cualquier persona que llevase este sombrero viejo y lo moviese de una manera especial?”; y a continuación me mostró cómo había que moverlo. Luego, entró en otra tienda donde también le fiaban, pidió algún pequeño artículo moviendo el sombrero de la forma adecuada y lo obtuvo, por supuesto, sin necesidad de pagar. Al salir, me dijo: “Si quieres ir ahora por tu cuenta a esa pastelería (¡qué bien recuerdo el lugar exacto donde se encontraba!), te prestaré mi sombrero y podrás conseguir lo que desees si te lo pones y lo mueves como es debido”. Acepté encantado la generosa oferta, entré en la tienda y pedí unos pasteles, moví el viejo sombrero, y ya me marchaba del establecimiento cuando el tendero se lanzó sobre mí, así que dejé caer los pasteles y salí pitando; y me sorprendió ver que mi falso amigo Garnett me recibía con grandes risotadas.

Charles Darwin, Autobiografía. Editorial Laetoli, 2008. p. 30

sábado, 18 de septiembre de 2010

La roca de la pereza

En general, las gentes de abolengo encuentran ante sí una roca molesta..., la roca de la pereza. Pasándose la vida, como se la pasan, curioseando en torno con el propósito de hallar alguna cosa en que emplear sus energías, extraño es comprobar cómo, sobre todo cuando sus inclinaciones son de la índole de esas que se han dado en llamar intelectuales, entréganse frecuentemente, a ciegas y al azar, a alguna miserable ocupación. De cada diez personas en tal situación nueve se dedican a atormentar a un semejante o a estropear algo, creyendo todo el tiempo, firmemente, que están enriqueciendo su mente, cuando lo cierto es que no han hecho más que traer el desorden a casa. He visto algunas (damas también, lamento tener que decirlo) salir todos los días, por ejemplo, con una caja de píldoras vacía con el fin de cazar lagartijas acuáticas, escarabajos, arañas y ranas y regresar luego a sus casas, para atravesar con alfileres a esos pobres seres indefensos o cortarlos sin el menor remordimiento en pequeños trozos. Así es como tiene uno ocasión de sorprender a su joven amo o ama escrutando, a través de un vidrio de aumento, las partes interiores de una araña o de ver cómo una rana decapitada desciende la escalera, y, si inquiere uno el motivo de tan sórdida y cruel ocupación, se les responde que la misma denota en el joven o la muchacha su vocación por la historia natural. También suele vérseles entregados durante horas y más horas a la tarea de estropear alguna hermosa flor con instrumento cortantes, impelidos por el estúpido afán de curiosear y saber de qué partes se compone una flor. ¿Tornaráse más bello su color o más dulce su fragancia cuando logremos saberlo? Pero ¡vaya!, los pobres diablos tienen que emplear, como ustedes comprenderán, de alguna forma su tiempo..., hacer algo con él. De niños, acostumbramos a chapotear en el fango más horrible con el objeto de fabricar pasteles de lodo, y de grandes nos dedicamos a chapotear de manera horrible en la ciencia, disecando arañas y estropeando flores. Tanto en uno como en otro caso, el secreto reside en la circunstancia de no tener nuestra pobre cabeza hueca en qué pensar y nada que hacer con nuestras pobres manos ociosas. Y así es como terminamos por deteriorar algún lienzo con nuestros pinceles llenado de olores la casa, o introducimos un renacuajo en una vasija de vidrio llena de agua fangosa, provocando náuseas de todos los estómagos de la casa, o desmenuzamos una piedra aquí o allá, atiborrando de arena las vituallas; o bien nos ensuciamos la manos en nuestras faenas fotográficas, mientras administramos implacable justicia sobre todos los rostros de la casa. Es difícil que todo esto sea emprendido por quienes realmente se ven obligados a trabajar para adquirir las ropas que los cubren, el techo que los ampara y el alimento que les permite seguir andando. Pero comparen los más duros trabajo que hayan tenido que ejecutar con la ociosa labor de quienes desgarran flores o hurgan en el estómago e las arañas, y agradezcan a su estrella la circunstancia de que tengan necesidad de pensar en algo y que sus manos se vean también en la necesidad de construir alguna cosa.

Wilkie Collins, La Piedra Lunar. Ed. Debolsillo, Random House Mondadori, 2004. p. 92-94.

miércoles, 2 de junio de 2010

Un puñado de palabras

En 1440, un fraile dominico catalogó en Norfolk 1.200 palabras inglesas y sus equivalentes latinos, en un manuscrito titulado Promptuarium Parvulorum (almacén para los pequeños), en una clara revelación de la importancia relativa del latín y el inglés. Este antiguo diccionario fue impreso en 1499 por Richard Pysoon, un colaborador del impresor inglés William Caxton. Otro de los ayudantes de Caxton, Wynkyn de Worde (nombre adoptado más tarde por una sociedad inglesa de impresores y tipógrafos), publicó Ortus Vocabulorum, sugerente nombre que significa “el jardín de las palabras”. Éste fue el primer diccionario inglés en recoger la palabra y la definición en inglés. Peter Levin se percató del potencial de ese nuevo mercado y publicó un diccionario conciso, Manipulus Vocabulorum, otro título escueto que significa “un puñado de palabras”. Constaba sólo de 9.000 entradas y, curiosamente, no estaba ordenado alfabéticamente, sino por la letra inicial de la última sílaba; las entradas se leían en rima (palabras que comparten un último fonema), y es considerado el primer diccionario de este tipo.

En el siglo XVI, ya era plenamente reconocido el valor de los diccionarios, no sólo como fuente de beneficios económicos sino también por su interés académico. Los pintorescos y rimbombantes títulos empleados por los primeros recopiladores de diccionarios, también se reflejan en la naturaleza idiosincrásica de las palabras que contenían. En sus orígenes, los diccionarios eran como memorandos construidos de manera algo aleatoria; de hecho, los compiladores hacían una estimación personal de palabras difíciles y salpicaban sus diccionarios con sus vocablos favoritos. Hubo que esperar hasta 1623, con la publicación de The English Dictionary por parte de Henry Cokeram, para que se abordase un planteamiento más racional y sistemático de la selección de palabras. John Kersey, compilador de New English Dictionary, protagonizó el primer intento de definir palabras de uso cotidiano.

Phil Baines / Andrew Haslam, Tipografía: función, forma y diseño. Ed. Gustavo Gili, 2005. p. 31.

lunes, 24 de mayo de 2010

Maravilloso, corazón maravilloso…

Un día, cuando Louisa era media docena de años más joven, se la había entreoído comenzar una conversación con su hermano, diciendo:

–Me maravilla, Tom… –y al instante, el señor Gradgrind, que era la persona que distraídamente escuchaba, dio un paso hacia la luz:

–Louisa, dijo–, maravillarse, jamás.

He aquí dónde radicaba el resorte del arte mecánico y misterioso de educar sin caer en el cultivo de los sentimientos y los afectos: en jamás maravillarse. Mediante la adición, la sustracción, la multiplicación y la división, resolverlo todo de alguna manera, pero maravillarse, jamás. Traedme, dice el señor M’Choakumchild, esos pequeñuelos que apenas saben andar, y yo me ocuparé de que no se maravillen nunca.

Charles Dickens, Tiempos difíciles. RBA Libros, 2009. p.105.

miércoles, 5 de mayo de 2010

La Marsellesa

El autor de la Marsellesa no fue en rigor de verdad ni poeta ni compositor. Fue oficial técnico del ejército francés y prestaba servicio en Estrasburgo. Cierto día llegó la noticia de que Francia había declarado la guerra a los reyes europeos en nombre de la libertad. Al instante, toda la ciudad cayó en una embriaguez de entusiasmo. Por la tarde de ese mismo día, el alcalde ofreció a los oficiales del ejército un banquete. Y como por azar supo que Rouget de Lisle poseía talento bastante para componer versos fáciles y fáciles de comprender, propúsole que compusiera a la ligera una marcha-canción para las tropas que debían dirigirse al frente.

Rouget de Lisle, el oficial insignificante, prometió hacer lo mejor posible. El banquete duró hasta muy pasada la medianoche, y sólo entonces Rouget de Lisle volvió a su aposento. Había hecho mucho honor al vino y participado diligentemente en las conversaciones. Muchas palabras de los discursos guerreros revoloteaban todavía dentro de su cabeza frases aisladas, como le jour de gloire est arrivé o allons, marchons! Apenas hubo llegado a su casa, se sentó y bosquejó unas cuantas estrofas, a pesar de que nunca había sido un poeta cabal. Luego sacó su violín del armario y ensayó una melodía para acompañar aquellas palabras, a pesar de que nunca había sido un compositor de verdad. A las dos horas, todo estaba listo. Rouget de Lisle se acostó a dormir. A la mañana siguiente llevó a su amigo, el alcalde, la canción creada que, sin modificación alguna, sigue siendo al cabo de siglo y medio, el himno de Francia.

Stefan Zweig, El misterio de la creación artística. Ediciones Sequitur, 2010. p. 33–34.

lunes, 3 de mayo de 2010

The Circumpolar Currents

According to Kircher's theory of currents, the sea wells up at the South Pole and forms a great whirlpool at the North. Mariners have never been able to reach the South because of the strong adverse currents that flow in all directions, and certain destruction awaits anyone who approaches the Northern vortex.

Joscely N. Godwin, Athanasius Kircher: A Renaissance Man and the Quest for Lost Knowledge. Thames and Hudson, 1979. p. 88

jueves, 29 de abril de 2010

Un hombre relativamente moral

Alguna vez contaré la historia de mi vida, lo conmovedora e instructiva que fue durante esos diez años de mi juventud. Creo que muchas, muchas personas han experimentado lo mismo. Deseaba con toda mi alma ser bueno; pero era joven, tenía pasiones, y estaba solo, completamente solo, en mi búsqueda del bien. Cada vez que trataba de expresar mis deseos más íntimos, esto es, que quería ser moralmente bueno, no encontraba más que desprecio y burlas; pero cuando me entregaba a las viles pasiones, los demás me elogiaban y alentaban.
[...] No puedo recordar aquellos años sin horror, sin repugnancia y sin un dolor en el corazón. Mataba a hombres en la guerra, retaba a otros a duelo para matarlos, perdía dinero jugando a las cartas, dilapidaba el fruto del trabajo de los campesinos, los castigaba; fornicaba, me valía de engaños. La mentira, el robo, la promiscuidad de todo tipo, la embriaguez, la violencia, el asesinato... No existe crimen que no hubiera cometido, y por todo ello me alababan, y mis coetáneos me consideraban, y aún me consideran, un hombre relativamente moral.

Lev Tolstói, Confesión. Acantilado, 2008. p. 13–14.

lunes, 26 de abril de 2010

La cofa

Se tienen vigías en las tres cofas, de sol a sol, alternándose los marineros por turnos regulares –como en la caña–, y relevándose cada dos horas. En el tiempo sereno de los trópicos, la cofa es enormemente agradable; incluso deliciosa para un hombre soñador y meditativo. Ahí está uno, a cien pies por encima de las silenciosas cubiertas, avanzando a grandes pasos por lo profundo, como si los palos fueran gigantescos zancos, mientras que por debajo de uno, y como quien dice entre las piernas, nadan los más enormes monstruos del mar, igual que antaño los barcos navegan entre las botas del famoso coloso de la antigua Rodas. Ahí está uno, en la secuencia infinita del mar, sin nada movido, salvo las ondas. El barco en éxtasis avanza indolentemente; soplan los perezosos vientos alisios; todo le inclina a uno a la languidez. Casi siempre, en esta vida ballenera en el trópico, a uno le envuelve una sublime ausencia de acontecimientos: no se oyen noticias, no se leen periódicos, no hay números especiales con informes sobresaltadores sobre vulgaridades que le engañen a uno excitándole sin necesidad; no se oye hablar de aflicciones domésticas, fianzas de quiebra, caídas de valores; nunca preocupa la idea de qué habrá para comer, pues todas las comidas, para tres años y más, están confortablemente estibadas en barriles, y la minuta es inmutable.

Herman Melville, Moby Dick. Círculo de Lectores, 1999. p. 218–219.

lunes, 15 de marzo de 2010

Most delicious food

I have been assured by a very knowing American of my acquaintance in London, that a young healthy child well nursed is at a year old a most delicious, nourishing and wholesome food, whether stewed, roasted, baked, or boiled, and I make no doubt that it will equally serve in a fricassee, or a ragout.

I do therefore humbly offer it to public consideration, that of the hundred and twenty thousand children [in Ireland], already computed, twenty thousand may be reserved for breed, whereof only one fourth part to be males, which is more than we allow to sheep, black-cattle, or swine, and my reason is that these children are seldom the fruits of marriage, a circumstance not much regarded by our savages, therefore one male will be sufficient to serve four females. That the remaining hundred thousand may at a year old be offered in sale to the persons of quality, and fortune, through the kingdom, always advising the mother to let them suck plentifully in the last month, to as to render them plump, and fat for a good table. A child will make two dishes at an entertainment for friends, and when the family dines alone, the fore or hind quarter will make a reasonable dish, and seasoned with a little pepper or salt will be very good boiled on the fourth day, especially in winter.

Jonathan Swift, A Modest Proposal: For Preventig the Children of Poor People in Ireland from Being a Burden o Their Parents or Country, and for Making Them Beneficial to the Public. Contenido en: Gulliver's Travels and Other Writings. Bantam Books, 1962. p.489

lunes, 8 de marzo de 2010

Musicalia

Los intelectuales españoles de la generación de Guillermo [de Torre] habían quedado muy marcados por las ideas estéticas que Ortega y Gasset expone en Musicalia y La deshumanización del arte. Según la concepción muy «moderna» y «aristocrática» de Ortega, la Sexta sinfonía de Beethoven expresa las efusiones dominicales de un pequeño burgués ante la naturaleza y responde a sus ideas de la belleza pastoral, mientras que L'après midi d'un faune está compuesta por un artista y es apreciada por una persona con gustos exquisitos y puestos al día. (La idea de Ortega, sin embargo, no tenía tantos adherentes. Ricardo Baeza, gran melómano, comentaba: «Ortega nunca había asistido a un concierto en su vida, pero en esos años se esperaba que pronunciara la palabra definitiva sobre todo orden de cosas. Escribió Musicalia... ¡que Dios se lo haya perdonado! Y ya no volvió a oír más música».)

Estela Canto, Borges a contraluz. Espasa Calpe, 1989. p.86-7.

lunes, 1 de marzo de 2010

La dama debe conservar su señorío

Amor me manda que le entregue a Jaufré mi amor, mi corazón y a mí misma, y que me abandone por completo a él para hacer lo que él tenga a bien, sin que en nada le contradiga: así es como debe obrar una amiga. Y estoy dispuesta a hacerlo con voluntad, a nada que a él le plazca pedírmelo; porque Amor no puede pretender que sea yo quien vaya a rogarle y a requerirle, puesto que mi estima sería destruida. En esto, la dama debe conservar su señorío: que ha de ser el hombre quien le suplique y ella debe escucharlo, y si aquel amor no le agrada, no debe oírlo más de una vez, para no hacer concebir al enamorado una esperanza que ella no tiene en su voluntad cumplir. Pero si le agrada y considera que es como ella merece, conviene que se haga rogar tres veces por lo menos. Porque no supondrá ninguna vergüenza que aquel que quiera su amor tenga que rogárselo tres veces, antes la debería estimar más; porque los hombres son más deseosos, se muestran más ávidos y voluntariosos del objeto que les place, cuando ven que no pueden conseguirlo. Y ya, una vez que lo tienen, lo guardarán mejor que no otro que lo hubiera obtenido con mayor facilidad: porque las cosas baratas nunca son buenas.

Anónimo, Jaufré. Ed. Gredos, 1996. p. 227.

lunes, 1 de febrero de 2010

Historia del Arte

El curso de Historia del Arte tenía lugar en una cómoda sala de conferencias. El profesor se ayudaba de un puntero para comentar las obras de arte que iba proyectando. La sala, sumida en la oscuridad, parecía un cuerpo que respirara con pasión y prudencia. Asistían parejas mundanas, alumnas que despreciaban el sentimentalismo y alumnos que sabían aprovechar lo que ellas no despreciaban. Se sentaban todos muy juntos, con las carteras y los abrigos sobre las rodillas. Todos ensayaban, con los dientes apretados, el mismo gesto aprendido en alguna novela en vogue. Poco a poco dejaban de sentirse cohibidos. Todos sabían que su vecino o su vecina estaban igual de excitados que ellos. Nadie se molestaba por un suspiro demasiado sincero. La luz los sorprendía a todos ruborizados, nerviosos y sofocados.

Los rumores sobre lo que se cocía en el curso de Historia del Arte llegaron sorprendentemente lejos. Así, solíamos encontrarnos a la salida con alumnos de la Politécnica e incluso con alumnas de Farmacia. Un amigo de Derecho venía siempre con un señorita guapa y vivaracha que no había logrado aprobar la formación profesional. Las pocas estudiantes formales que asistían se refugiaban en los primeros pupitres o se sentaban en las sillas plegables. Los chicos se mostraban descarados.

También los profesores estaban al corriente de lo que sucedía en la sala de conferencias. Pero el curso de Historia del Arte sólo se podía impartir en la oscuridad. Además, el vicio era inofensivo y la práctica, universal.

Mircea Eliade, La novela del adolescente miope. Editorial Impedimenta, 2009. p. 298.

lunes, 18 de enero de 2010

Sobre el cuarto mandamiento de la Iglesia

P. El precepto de ayunar, ¿a qué nos obliga?
R. A no hacer al día más que una comida propiamente dicha; pero se permiten por la mañana un ligero desayuno y la colación por la noche.

P. ¿A qué hora debe comerse?
R. De mediodía en adelante, o poco antes.

P. ¿Y védasenos beber en día de ayuno?
R. No, ni antes ni después del mediodía.

P. ¿Cuánta debe ser la colación de la noche?
R. Cuanta se usa comúnmente entre gente de buena conciencia.

P. El precepto de abstinencia, ¿a qué nos obliga?
R. A no tomar la carne ni su caldo.

P. ¿Qué días son de ayuno y abstinencia en España?
R. En España, como en el resto del mundo, el ayuno obliga sólo el miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.

P. ¿Y la abstinencia?
R. La abstinencia obliga el miércoles de ceniza, y todos los viernes del año. Pero en los viernes que no son de Cuaresma, cada uno puede cambiar la abstinencia por cualquier obra de piedad, apostolado, o caridad; v. gr. rezar el Rosario, asistir a Misa, enseñar el Catecismo, dar una limosna, etc.

P. ¿A qué edad obligan?
R. La abstinencia a los catorce años cumplidos. El ayuno a los veintiuno cumplidos hasta los sesenta comenzados.

P. ¿Obligan el ayuno y abstinencia en los días festivos?
R. No, señor.

P. ¿Quiénes están excusados del ayuno?
R. Los que no puedan cómodamente por enfermedad, o necesidad de trabajar.

P. ¿Qué hará el que no tiene obligación de ayunar por no tener edad?
R. Imponerse para cuando la tenga.

Catecismo de la doctrina cristiana por el P. Gerónimo Ripalda, S.J. Granada, 1982. p. 50-2.