lunes, 29 de septiembre de 2008

Palabras superfluas

Raymond Chandler no tuvo mucho éxito en el negocio del aceite y empezó a escribir novelas policíacas. Se cuenta que se le pagaba por número de palabras. El editor cogía sus manuscritos y tachaba todas las palabras superfluas para ahorrar dinero. Por ello Chandler desarrolló un estilo que hacía imposible que el editor pudiera corregir sus manuscritos, un estilo comprimido que era tan conciso como los diálogos entre viejos amigos o cónyuges. El contexto estaba tan presente que una palabra sustituía a una frase entera.

Otl Aicher, 
Tipografía; p.106. Campgràfic Editors, 2004. 

viernes, 26 de septiembre de 2008

Disfraces del anarquista

-En mis primeros tiempos como miembro de los Nuevos Anarquistas, probé todo tipo de disfraces respetables. Me disfracé de obispo. Leí todo lo que había sobre obispos en nuestros panfletos anarquistas, en Superstición, el vampiro y Sacerdotes de presa. De ellos saqué la conclusión de que los obispos son viejos extraños y terribles que esconden a los hombres un cruel secreto. Estaba mal informado. Cuando aparecí por primera vez en un salón con mi disfraz episcopal y grité con voz de trueno "¡Abajo!, ¡abajo, presuntuosa razón humana!" la gente se dio cuenta de alguna manera de que yo no era un obispo. Me detuvieron en el acto. Después me disfracé de millonario; pero defendí el capital con tal inteligencia que el más tonto podía darse cuenta de mi pobreza. Luego traté de pasar por militar. Ahora bien, yo soy un humanitario pero tengo, espero, la suficiente plenitud intelectual para comprender la postura de aquelllos que, como Nietzsche, admiran la violencia: la orgullosa y loca guerra de la naturaleza y todas esas cosas, ya sabe usted. Me lancé al papel de comandante. Blandí mi espada constantemente. Grité "¡sangre!" abstraídamente, como un hombre que pide vino. Dije con frecuencia: "Dejemos perecer a los débiles; es la Ley". Bueno, pues parece que los comandantes no hacen esas cosas. Otra vez me detuvieron. Al fin, desesperado, fui a ver al presidente del Consejo Anarquista Central, que es el hombre más grande de Europa.
-¿Cómo se llama? -preguntó Syme.
-No le diría a usted nada su nombre -respondió Gregory-.Esa es su grandeza. César y Napoleón dedicaron todo su genio a ser conocidos y se les conoció. Este hombre pone todo su genio en no ser conocido y no se le conoce. Pero cuando uno está durante cinco minutos en su presencia se tiene la sensación de que César y Napoleón habrían sido como niños en sus manos.
Se calló e incluso palideció durante un instante y luego prosiguió:
-Pero siempre que da un consejo es algo tan sorprendente como un epigrama y tan práctico como el Banco de Inglaterra. Le dije: "¿Qué disfraz me ocultará al mundo? ¿Qué puedo encontrar que sea más respetable que un obispo o un militar?" Me miró con su rostro amplio pero indescifrable. "¿Quiere usted un disfraz seguro, dice? ¿Lo que necesita es un disfraz que garantice que es usted inofensivo; un disfraz que nadie registraría para buscar una bomba?" Yo asentí. De repente elevó su voz de león "¡Pues entonces, estúpido, disfrácese de anarquista!" Y su voz hizo temblar la habitación. "Nadie creerá que vaya usted a hacer nada peligroso." Y me volvió su amplia espalda sin otra palabra. Seguí su consejo y nunca lo he lamentado. He predicado todo tipo de atrocidades a esas mujeres día y noche y -se lo juro- me dejarían empujar los cochecitos de sus niños.

G.K. Chesterton, El hombre que era Jueves; p. 24-5. Ed. Alianza, 1995.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Sofisma del montón

Se habla del "sorites del montón" o "sofisma del montón" para designar dos tipos de argumentos atribuidos a Zenón de Elea y a Eubúlides de Megara (ambos destinados a demostrar la imposibilidad de la multiplicidad o, por lo menos la dificultad de hablar de nada múltiple o plural). Se supone que Zenón de Elea arguyó que si un montón de trigo hace ruido al caer, deben hacer ruido cada uno de los granos de que se compone el montón, pero ningún grano hace ruido al caer al suelo. En cuanto a Eubúlides de Megara, arguyó que no se puede saber en qué consiste un montón -por ejemplo, un montón de trigo-, ya que un grano no hace montón, dos no hacen montón, tres no hacen montón, y parece absurdo afirmar que hay un número determinado de granos que forman un montón. El "sofisma del montón" es del mismo género que el llamado "sofisma del calvo" o falakrós de que habla Diógenes Laercio (VII, 82). Según este sofisma o razonamiento, no se puede saber cuándo un hombre es calvo; no llega a ser calvo si se le quita un pelo, si se le quitan dos, tres, etc., pero llega un momento en que que ya se puede decir que el hombre es calvo; y ello a pesar de no poder precisar qué número mínimo de pelos debe perder un hombre con cabello para poder ser considerado, con razón, un hombre calvo.

J. Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía (Tomo IV). Entrada del término "Sorites"; p. 3349. Círculo de Lectores, 2001

lunes, 22 de septiembre de 2008

Eternamente y sin ruido

Estaba lloviendo sobre la capilla, sobre el jardín, sobre el colegio. Y había de llover eternamente y sin ruido. El agua se iría elevando, pulgada a pulgada, cubriendo la hierba y los arbustos, cubriendo los árboles y las casas, cubriendo los monumentos y las cimas de los montes. Toda la vida se ahogaría sin ruido: pájaros, hombres, elefantes, cerdos, niños. Y sin ruido flotarían los cadáveres entre los detritus del naufragio del mundo. Y por cuarenta días y cuarenta noches caería la lluvia, hasta que las aguas cubriesen la faz de la tierra.

James Joyce, Retrato del artista adolescente; p.130. Ed. Alianza, 1995

viernes, 19 de septiembre de 2008

La brigada juvenil

-Se me está poniendo la piel de gallina -anunció Candy.
-¿Tiene usted idea de en qué consistía ese secreto? -interrogó Dick.
-No. Jamás pude sonsacarle nada -admitió el detective. Pero sea lo que sea, quizá tenga que ver con los mensajes que estáis descifrando. Jim Brennan amaba y respetaba demasiado los acertijos para incluirlos en su testamento sólo por juego.
-Eso es cierto -murmuró Paul-. Condenadamente cierto.
-Atiza -exclamó Tom-. ¿Qué creéis que encontraremos si llegamos al final de la cadena de enigmas?
-Problemas -dijo Whisper, lamiéndose los labios manchados de yogurt.

Jonathan Gibb, La brigada juvenil. El enigma del acertijo burlón; p.58. Ed. Martínez Roca, 1980.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

El cuerpo

Nuestra insuficiencia es tal que basta con tapar dos de nuestros agujeros para que se nos cierre el mundo de los sonidos, y con tapar dos vías de acceso para que en nosotros se instale la noche. Basta con que una mordaza tape tres de esas aberturas, tan cerca una de la otra que pueden abarcarse sin dificultad con la palma de la mano, para acabar con ese animal cuya vida depende de un soplo. La molesta envoltura que él se veía obligado a lavar, a llenar, a calentar ante el fuego o con la piel de un animal muerto, a la que tenía que acostar por las noches como a un niño o a un anciano imbécil, servía contra él de rehén a la naturaleza entera y, peor aún, a la sociedad de los hombres. Tal vez llegara él a sufrir, por culpa de esa carne y de ese cuero, los horrores de la tortura. El debilitamiento de aquellos resortes sería lo que algún día le impidiera acabar congruentemente la idea esbozada. Si en ocasiones le parecían sospechosas las operaciones de su espíritu, que él aislaba por comodidad del resto de la materia, era sobre todo porque aquel inútil dependía de los servicios del cuerpo. Estaba harto de aquella mezcla de fuego inestable y de densa arcilla.

Marguerite Yourcenar, Opus Nigrum; p.174. Diario El País, 2005.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Kippel

-¿Y va a entrar sola en los apartamentos? -No lo podía creer.
-¿Por qué no? -Volvió a estremecerse, e hizo una mueca, consciente de haberse equivocado.
-Una vez lo hice -dijo Isidore-. Después me metí en casa y no volví a pensar en el resto. Apartamentos donde nadie vive..., centenares de ellos. Están llenos de cosas: fotos de familia, ropas... Los que murieron no pudieron llevarse nada, y los que emigraban no querían... Aparte de mi piso, este edificio está completamente kippelizado.
-¿Kippelizado? -Ella no entendía.
-Kippel son los objetos inútiles: las cartas de propaganda, las cajas de cerillas después de que se ha gastado la última, el envoltorio del periódico del día anterior. Cuando no hay gente, el kippel se reproduce. Por ejemplo, si se va usted a dormir y deja un poco de kippel en la casa, cuando se despierta a la mañana siguiente hay dos veces más. Cada vez hay más.

Philip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?; p.76. Edhasa-Círculo de Lectores, 2004.

lunes, 8 de septiembre de 2008

El viaje

Ningún viaje, fuera el que fuere, ningún trabajo, nada nos impediría hacerlo. De alguna manera, probar que podíamos llevar a cabo ese viaje era probarnos que teníamos armas contra lo tenebroso, no sólo en sus grandes manifestaciones como la que acababa de dejarnos tan frágiles, sino también en sus expresiones más solapadas, la banalidad de las obligaciones cotidianas, esos compromisos que no significan nada en sí mismos pero que en conjunto alejan cada vez más de ese centro donde cada uno espera vivir su vida. Recibimos la enfermedad de Julio como una advertencia. No vivir su vida en lo que tiene de más real es un crimen, no sólo con respecto a uno mismo, sino a los otros.

Carol Dunlop y Julio Cortázar, Los autonautas de la cosmopista, o Un viaje atemporal París-Marsella; p.43. Ed. Alfaguara, 1996.

viernes, 5 de septiembre de 2008

En el curso de los últimos cinco años

En el curso de los últimos cinco años he tomado mescalina dos veces y ácido lisérgico tres o cuatro. Mi primera experiencia fue primordialmente estética. Las experiencias posteriores fueron de otra naturaleza y me ayudaron a entender muchos asertos oscuros que aparecen en los escritos de los místicos cristianos y orientales. Un sentimiento inefable de gratitud por el hecho de haber nacido en este universo. ("La gratitud es el cielo mismo", dice Blake, y ahora sé exactamente a qué se refería.) Una trascendencia respecto de la relación corriente sujeto-objeto. Una trascendencia respecto al miedo a la muerte. Un sentimiento de solidaridad con el mundo y con su principio espiritual y la convicción de que, a pesar del dolor, la maldad y todo lo demás, las cosas están de alguna manera en perfecta condición [...] Finalmente, una comprensión, no intelectual, sino de alguna manera total, una comprensión con el organismo íntegro, de la afirmación de que Dios es Amor. Las experiencias son pasajeras, claro está; pero su recuerdo, y sus resurgimientos incipientes que tienden a repetirse espontáneamente o durante la meditación, continúan ejerciendo un efecto profundo sobre la mente del sujeto.

Aldous Huxley, Fragmento de una carta al padre Thomas Merton. Extraído de: Moksha. Escritos sobre psicodelia y experiencias visionarias 1931-1963; p. 376-7. Ed. Edhasa, 2007

miércoles, 3 de septiembre de 2008

No mires hacia atrás

Limítese a permanecer sentado y descanse. Trate de divertirse con esto: es el último cuento que va usted a leer en su vida; o casi el último. Una vez leído, puede quedarse ahí un rato, o encontrar excusas para remolonear por su casa, su cuarto, su oficina o el sitio donde se encuentre al leer; pero, tarde o temprano, tendrá que levantarse y salir. Ahí es donde le estaré esperando: fuera. O tal vez más cerca. Puede que, incluso, en esta misma habitación.
Desde luego, usted cree que esto es una broma. Supone que se trata sólo de un cuento de un libro y que yo, en realidad, no me refiero a usted. Pero juegue limpio: admita que le estoy advirtiendo lealmente.

Frederic Brown, No mires hacia atrás. Extraído de: Prohibido a los nerviosos (comp.: Alfred Hitchcock), p. 396; Círculo de lectores, 1989.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Una sola nota musical para Hölderlin

Si pierdo la memoria, qué pureza.
En la azul crestería la tarde se demora,
retiene su oro en mallas lejanísimas,
cuela la luz por un resquicio último, se extiende y me delata
como un arco que tiembla sobre el aire encendido.
¿Que esperaba el silencio? Príncipes de la tarde, ¿qué palacios
holló mi pie, qué nubes o arrecifes, qué estrellado país?
Duró más que nosotros aquella rosa muerta.
Qué dulce es al oído el rumor con que giran los planetas del agua.

Pere Gimferrer, Poemas (1962-1969); p.162. Visor Libros, 2000.