lunes, 30 de marzo de 2009

Persistencia de la moda

Lo que más me gustó de la película, y lo que más sobresale, es que al contrario de lo que ocurre con la mayor parte de las películas futuristas, en ésta el vestuario era, por así decirlo, clásico, es decir que la gente no iba vestida muy diferente que nosotros. Recuerdo que en un encuentro en Santander, en una mesa en la que se hallaban presentes varios filósofos y en la que se hablaba sobre la moda, todos estaban de acuerdo en que la moda era algo efímero, a lo que yo respondí que eso no era exacto, pues si bien existe una moda efímera hay otra que no lo es. Dije entonces que si yo sentaba a aquella mesa a una persona vestida a la moda de los años veinte, nadie se daría cuaenta de su extemporaneidad. Quienes se ocuparon en Blade Runner del vestuario comprendieron algo de esto y contemplaton la posibilidad de que en un futuro no lejano exista una continuidad con los hábitos del vestir menos efímeros entre los hoy vigentes. ¿Y qué es lo menos efímero? Pues en un hombre, por ejemplo, la americana, la camisa, la corbata...

[...] Las modas se reciclan reiteradamente hasta que llega un momento dado en el que se destruyen definitivamente. Está claro que nuestra forma de vestir hoy no tiene nada que ver con la del setecientos. No parece verosímil que se pueda regresar a las formas de entonces. Ocurre más bien que la moda recorre largos segmentos de tiempo, correspondientes generalmente a varios siglos, dentro de los que, efectivamente, los diseños se repiten, pero que, llegados al límite se extinguen. ¿Cuáles son las causas que motivan esta ruptura? Evidentemente responden a la forma social de vivir. Para que haya un cambio en la forma de vestir actual tendría que darse algo así como, por ejemplo la desaparición de los automóviles, o cualquier otra cosa que cambiara sustancialmetne nuestro modo de vivir. En el Los Ángeles-2019 de Blade Runner, pese a los grandes avances tecnológicos, ello todavía no ha ocurrido.

El futuro ya no es lo que era (Entrevista con Antonio Miró). En: AA.VV., Blade Runner. Tusquets Editores, 2001. p.73-6.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Sexto encuadre

Sexto encuadre. Aparece el rostro de Steve Canyon. Belleza masculina, de rasgos marcados, una cara firme y tensa: madurez y vigor. Nos remite a una serie de estereotipos holliwoodianos, desde Van Jhonson a Cary Grant. LA corriente de simpatía con el rostro de Steve no se funda, pues, en una mera virtud evocadora del hecho plástico, sino en la cualidad de «signo» que el hecho plástico asume y que nos remite, con función jeroglífica, a una serie de tipos de estándar, de ideas sobre virilidad que forman parte de un código conocido por el lector. La simple delimitación gráfica de los contornos constituye el elemento convencional de un lenguaje. En resumen, Steve es elemento iconográfico estudiable iconológicamente como el santo de una miniatura, con sus atributos canónicos y un tipo de terminado de barba o aureola. Steven abre luego la puerta de su despacho; que el despacho es suyo se nos advierte por medio del nombre qu figura en el cristal. En cuanto a la razón social de la empresa, no hace más que acrecer la impresión, la fascinación de la situación y el personaje. Jugueteando con la expresión financiera limited, la empresa de Steve se llama Horizons Unlimited, horizontes ilimitados. ¿Exportación, investigaciones arqueológicas, viajes espaciales, transportes aéreos, investigaciones policíacas, contrabando, compra-venta de secretos atómicos? Probablemente, como se verá por las viñetas siguientes, se trata de una agencia dedicada a asuntos de toda clase, una agencia que ha hecho del riesgo su actividad profesional.

Umberto Eco, Lectura de «Steve Canyon». En: Apocalípticos e integrados. Ed. Tusquets, 2003. p.147-8.

lunes, 23 de marzo de 2009

The trascendental experience

Instead of the degradation ceremonial of psychiatric examination, diagnosis and prognostication, we need, for those who are ready for it (in psychiatric terminology often those who are about to go into a schizophrenic breakdown), an initiation ceremonial, through which the person will be guided with full social encouragement and sanction into inner space and time, by people who have been there and back again. Psychiatrically, this would appear as ex-patients helping future patients to go mad. What is entailed then is:

(i) a voyage from outer to inner,
(ii) from life to a kind of death,
(iii) from going forward to a going back,
(iv) from temporal movement to temporal standstill,
(v) from mundane time to aeonic time,
(vi) from the ego to the self
(vii) from being outside (post-birth) back into the womb of all things (pre-birth)

and then subsequently a return voyage from

(1) inner to outer,
(2) from death to life
(3) from the movement back to a movement once more forward,
(4) from immortality back to mortality,
(5) from eternity back to time,
(6) from self to a new ego,
(7) from a cosmic foetalization to an existenctial rebirth.

I shall leave it to those who wish to translate the above elements of this perfectly natural and necessary process into the jargon of psychopatology and clinical psychiatry. This process may be one that all of us need, in one form or another. This process could have a central function in a truly sane society.

R. D. Laing. The Politics of Experience and The Bird of Paradise. Penguin, 1970. p.106-7

miércoles, 18 de marzo de 2009

Café tomado en ayunas

En fin, he descubierto un método horrible y cruel, que sólo aconsejo a hombres de un vigor excepcional, de pelo negro y fosco, de piel entre ocre y rojiza, de grandes manos, y de piernas con forma de balaustres, como los de la plaza Luis XV. Se trata del uso del café molido, prensado, frío y anhidro (término químico que quiere decir poca agua o sin agua) tomado en ayunas. Ese tipo de café cae en vuestro estómago, que , como sabéis gracias a Brillat-Savarin, es un saco aterciopelado por dentro y tapizado de ventosas y papilas; no encontrando nada en él, se adhiere a ese delicado y voluptuoso forro, y se convierte en una especie de alimento que quiere sus jugos; los retuerce, los reclama como una pitonisa invoca a su dios, maltrata esas bonitas paredes como un carretero que machaca a sus potros; el plexo se inflama, arde y envía sus chispas hasta el cerebro. A partir de entonces, todo se agita: las ideas se estremecen como los batallones de un gran ejército en el campo de batalla, y la batalla da comienzo. Los recuerdos llegan a la carga, con los estandartes desplegados; la caballería ligera de las comparaciones avanza con un galope magnífico; la lógica acude con su tren de artillería y sus cartuchos; las agudezas llegan a discreción; se levantan las figuras; el papel se cubre de tinta, pues la vigilia empieza y termina con torrentes de agua negra, del mismo modo que la batalla lo hace con su negra pólvora. He aconsejado tomar este brebaje a un amigo que quería acabar a toda costa un trabajo que tenía que entregar al día siguiente: pensó que le habían envenenado, se acostó y guardó cama como una recién casada. Era alto, rubio, con pelo poco abundante; un estómago de papel maché, delgado. Hubo por mi parte cierta falta de observación.

Honoré de Balzac, Tratado de los excitantes modernos. Menoscuarto Ediciones, 2009. p.50-1.

lunes, 16 de marzo de 2009

Costumbres peculiares

[...] Tras dejarlos atrás, enseguida, bordeando el cabo de Zeus Geneteo, seguían salvos su rumbo a lo largo de la tierra Tiubarénide. Allí las mujeres cuando traen hijos al mundo a sus maridos, son éstos los que gimen de dolor postrados en sus lechos, vendadas sus cabezas, y son ellas, en cambio, las que tienen buen cuidado de que coman sus maridos y se afanan preparándoles los baños del parto. Y tras ellos, enseguida pasaron junto al monte sagrado y el país en el que habitan los Mosinecos en los montes sus Mosinas, y de ahí reciben ellos justamente ese nombre que les dan. Peculiar es el derecho y las costumbres que hay vigentes entre ellos. Cuantas cosas a las claras es costumbre que se hagan, o entre el pueblo, o en la plaza, todo eso lo maquinan en las casas, y, al contrario, lo que hacemos con afán en nuestras casas, eso ellos, a las puertas lo realizan, en el medio de las calles, sin temor a los reproches. Y entre ellos no hay tampoco algún pudor para acostarse; al contrario, como cerdos en los pastos, sin turbarse lo más mínimo en presencia de testigos, se mezclan con mujeres en el suelo con total promiscuidad. Su rey, por otro lado, está sentado en la más alta mosina, y dicta allí rectas sentencias a un grupo de gente numeroso: ¡infeliz! pues si acaso se equivoca alguna vez dictando su sentencia, aquel día lo mantienen en encerrado castigándolo con hambre.

Apolonio de Rodas, Las argonáuticas. Ed. Akal, 1991. p. 184-5.

viernes, 13 de marzo de 2009

De los milagros

Pero quizá arguya alguno que existen en la Escritura muchísimos hechos que no parecen poder explicarse de ningún modo por causas naturales; como que los pecados y las súplicas de los hombres pueden ser causa de la lluvia y de la fertilidad de la tierra, o que la fe pudo curar a los ciegos, y otras cosas similares que se hallan en los sagrados libros. Por mi parte, creo haber respondido ya a esto, puesto que he probado que la Escritura no enseña las cosas por sus causas próximas, sino que, tanto en el orden como en el estilo, narra las cosas de la forma que mejor puedan mover a los hombres y principalmente a la plebe a la devoción; de ahí que hable en términos muy impropios de Dios y de las cosas, porque no se propone convencer a la razón, sino impresionar la fantasía e imaginación de los hombres y dominarla. Porque, si la Escritura relatara la devastación de un Estado tal como suelen hacerlo los historiadores políticos, no impresionaría a la plebe; por el contrario, si lo describe todo poéticamente y lo refiere a Dios, como suele hacer, le impresiona al máximo. Por tanto, cuando la Escritura cuenta que la tierra es estéril a causa de los pecados de los hombres o que los ciegos se curan por la fe, no debe afectarnos más que cuando dice que Dios se irrita o entristece por los pecados de los hombres, que se arrepiente del bien prometido o hecho, o que Dios, porque ve un signo, recuerda su promesa, y otras muchísimas cosas que o bien están expresadas poéticamente o bien están descritas según las opiniones y prejuicios del escritor.

Spinoza, Tratado teológico-político. Alianza Editorial, 1986. p.182-3.

miércoles, 11 de marzo de 2009

El auténtico bien

Se suele afirmar que la ociosidad es la madre de todos los vicios. Para evitar este mal se recomienda con insistencia el trabajo. No obstante, si examinamos más de cerca tanto el temido peligro como el remedio recomendado, veremos con facilidad que la afirmación anterior, tomada en bloque, es de lo más plebeya que pueda imaginarse. La ociosidad en cuanto tal no es en absoluto la raíz de todos los vicios, sino que más bien significa, si no hay aburrimiento por medio, un modo de auténtica vida divina. Es verdad que el ocio puede dar ocasión a que se pierda toda la fortuna que se tiene u otras cosas por el estilo, pero el que es de naturaleza noble no teme nada de eso, sino que solamente le da miedo el aburrimiento. Los dioses del Olimpo no se aburrían, al revés, vivían dichosos en una ociosidad feliz. Una belleza femenina que no cose, ni hila, ni teje, ni se dedica a la lectura o a la música, también es feliz en la plena ociosidad, puesto que no se aburre. La ociosidad, pues, dista mucho de ser la raíz de todos los males, tantísimo que la podemos llamar el auténtico bien.

Sören Kierkegaard. La rotación de los cultivos y El más desgraciado. Be-uve-dráis editores, 2005. p.20-1.

lunes, 9 de marzo de 2009

La secuencia en el cómic

Si damos por sentado que la viñeta define el nivel sintagmático fundamental de la historieta gráfica, entonces el montaje puede entenderse como montaje de viñetas. Pero a un nivel superior podemos considerar también un montaje de secuencias. La secuencia podría ser «una sucesión de pictogramas (viñetas) que poseen continuidad elíptica espaciotemporal» (Paramio, 1971). Dejando aparte consideraciones más técnicas que hemos expuesto en otro lugar [...], los criterios de principio/final de secuencia se ajustan a la dramaturgia textual, bastante clásica, de los que se sirve el mismo Hergé. Por otra parte, los paralelos con el cine nos ayudan también en este punto (hay que distinguir cambio de plan de cambio de secuencia), cosa nada sorprendente si se advierte la impronta de montaje cinematográfico que acusan muchos episodios de Tintín. En resumen la secuencia puede considerarse: 1) Como una unidad temporal, cuando en los extremos las elipsis son mayores que en el interior. Entonces suele estar introducida por textos de anclaje como «Unas horas más tarde», «Al día siguiente», etc. 2) Como una unidad espacial, cuando constituye el escenario de la función narrativa (el espacio de una persecución, por ejemplo). 3) Como una unidad de personajes. Criterio cercano al de la escena teatral. La entrada de un personaje determina, teniendo en cuenta el resto de condiciones, el inicio de la secuencia; su partida, el final. 4) Como una continuidad semántico-discursiva: «paseo y llegada a casa», «secuestro de Tornasol», etc.

Carles Riba, Sobre la utilización de la página en Tintín. En: Neuróptica, Estudios sobre el cómic. Vol. 4. Servicio de publicaciones del Exmo. Ayuntamiento de Zaragoza, 1986. p.103.

viernes, 6 de marzo de 2009

Tribulación inminente

Pienso que, contando con la tribulación inminente, lo mejor es eso, que el hombre se quede como está. ¿Estás vinculado a una mujer? No busques desligarte. ¿No estás vinculado a una mujer? No busques mujer. No obstante, si te casas no pecas, y la soltera, si se casa, no peca; pero tendrán que cargar con penalidades corporales, y yo quiero ahorrároslas. En una palabra, hermanos, el tiempo apremia: en adelante los que tengan mujer vivan como si no la tuvieran, los que lloran como si no lloraran, los que se alegran como sino se alegraran, los que compran como si no poseyeran, los que usan del mundo como si no disfrutaran. Pues la representación de este mundo se está acabando.

Primera carta a los corintios. 7, 26-31. Luis Alonso Schökel, Biblia del Peregrino. Ediciones Mensajero, 2001.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Orgullosos en el patíbulo

La religión, como tiene su origen en el miedo, ha dignificado ciertas clases de miedo y ha hecho que la gente no las considere vergonzosas. Y de esta forma ha hecho un gran perjuicio a la humanidad, puesto que todo miedo es malo. Yo creo que cuando muera me descompondré y no sobrevivirá nada de mi ego. No soy joven y amo la vida, pero me despreciaría si temblase de  terror ante un pensamiento de aniquilación. La dicha es igualmente verdadera aunque tenga que tener un fin, y el pensamiento y el amor no pierden su valor porque no sean eternos. Muchos hombres se han mostrado orgullosos en el patíbulo; seguramente ese mismo orgullo puede ayudarnos a pensar realmente en el lugar que ocupa el hombre en el mundo.

Bertrand Russell, Lo que creo. Incluido en: Por qué no soy cristiano y otros ensayos. Edhasa, 1999. p. 83.

lunes, 2 de marzo de 2009

El secreto

Secreto es una verdad conocida por una o por muy pocas personas, y que debe ser mantenida oculta para otras personas. Es secreto natural lo que por su naturaleza debe permancere oculto y no se puede revelar sin que se cause daño a otros. P. ej., una falta oculta de otro. Obliga de suyo y en justicia, si la materia es grave. Pero si la materia es leve, obliga tan sólo bajo pecado venial.

[...] Los medios psíquicos (la hipnosis), físicos o químicos (la droga, «el detector de mentiras»), para descubrir un secreto sin el conocimiento del sujeto o contra su voluntad, son ílicitos, aunque se utilicen en el curso de un proceso judicial o de una investigación policíaca. Lo mismo se puede decir del narcoanálisis (exploración de narcóticos). Sólo el consentimiento libre del interesado puede hacer lícitas estas investigaciones. No basta que el psicólogo y sus ayudantes prometan guardar secreto. Hay secretos que no se pueden revelar lícitamente, ni siquiera a personas de toda confianza.

Acta 2000. Religión, filosofía y psicología. Artículo sobre Teología moral especial. Octavo mandamiento de la ley de Dios: «No dirás falso testimonio ni mentirás». Ed. Rialp, 1990. p. 297.