miércoles, 18 de marzo de 2009

Café tomado en ayunas

En fin, he descubierto un método horrible y cruel, que sólo aconsejo a hombres de un vigor excepcional, de pelo negro y fosco, de piel entre ocre y rojiza, de grandes manos, y de piernas con forma de balaustres, como los de la plaza Luis XV. Se trata del uso del café molido, prensado, frío y anhidro (término químico que quiere decir poca agua o sin agua) tomado en ayunas. Ese tipo de café cae en vuestro estómago, que , como sabéis gracias a Brillat-Savarin, es un saco aterciopelado por dentro y tapizado de ventosas y papilas; no encontrando nada en él, se adhiere a ese delicado y voluptuoso forro, y se convierte en una especie de alimento que quiere sus jugos; los retuerce, los reclama como una pitonisa invoca a su dios, maltrata esas bonitas paredes como un carretero que machaca a sus potros; el plexo se inflama, arde y envía sus chispas hasta el cerebro. A partir de entonces, todo se agita: las ideas se estremecen como los batallones de un gran ejército en el campo de batalla, y la batalla da comienzo. Los recuerdos llegan a la carga, con los estandartes desplegados; la caballería ligera de las comparaciones avanza con un galope magnífico; la lógica acude con su tren de artillería y sus cartuchos; las agudezas llegan a discreción; se levantan las figuras; el papel se cubre de tinta, pues la vigilia empieza y termina con torrentes de agua negra, del mismo modo que la batalla lo hace con su negra pólvora. He aconsejado tomar este brebaje a un amigo que quería acabar a toda costa un trabajo que tenía que entregar al día siguiente: pensó que le habían envenenado, se acostó y guardó cama como una recién casada. Era alto, rubio, con pelo poco abundante; un estómago de papel maché, delgado. Hubo por mi parte cierta falta de observación.

Honoré de Balzac, Tratado de los excitantes modernos. Menoscuarto Ediciones, 2009. p.50-1.