viernes, 28 de noviembre de 2008

El juez se dirige a los detenidos

JUEZ WILLS: Oscar Wilde y Alfred Taylor: El crimen por el cual han sido condenados es tan terrible que uno debe refrenarse severamente para no describir, con un lenguaje que prefiero no usar, los sentimientos que deben suscitarse en el pecho de todo hombre de honor que haya oído los detalles de estos dos terribles procesos. No tengo el más leve asomo de duda de que el jurado ha llegado a un veredicto correcto en esta causa. Espero que aquellos que a veces se imaginan que un juez es indiferente en una causa sobre decencia y moralidad, porque cuida de que ningún prejuicio interfiriera en ella, puedan comprobar que esta actitud es compatible con el sentimiento de la más grande indignación antes las horribles acusaciones presentadas contra ustedes.
No es necesario que les arengue. Personas que pueden hacer semejantes cosas deben estar muertas a toda sensación de vergüenza y uno no puede esperar producir ningún efecto sobre ellas. Éste es el peor caso que he tenido que juzgar. De que usted, señor Taylor, mantenía una especie de prostíbulo masculino, no existe ninguna duda. Y de que usted, señor Wilde, ha sido el centro de una corrupción que se iba propagando, una corrupción de la peor especie, entre hombres jóvenes, tampoco existe la menor duda.
Bajo tales circunstancias, esperen la sentencia más severa que permite la ley. A mi juicio es totalmente inadecuada para una causa como ésta. La sentencia de este tribunal es que cada uno de ustedes sea encarcelado y condenado a trabajos forzados, durante dos años.
(Se oyeron algunos gritos de "¡Oh, oh!" y "¡"Qué vergüenza!").
OSCAR WILDE: ¿Y yo? ¿No puedo decir nada, Su Señoría?
(El juez Wills no contestó. Hizo una señal con la mano a los guardianes, para que sacaran rápidamente a los detenidos de su vista).

El jurado fue disuelto.

El tribunal se retiró.

Los procesos contra Oscar Wilde
. Valdemar, 1996. pp.378-9

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Máscaras con cuernos

No está claro hasta qué punto adoraban las brujas al diablo. La idea de que lo hacían fue concebida por la Iglesia, dado que, de manera incuestionable, hizo de la brujería una herejía. Antes de ser acusadas de adorar al diablo, la Iglesia, por medio del Canon episcopi, proclamó que adoraban a Diana. En los sabbats y demás reuniones, los que dirigían solían llevar máscaras con cuernos y pieles de animales, cosas que la Iglesia condenó siempre. A otros maestros se les describía vistiendo ropas negras semejantes a las que se atribuían al diablo. Estos dirigentes eran indudablemente sacerdotes humanos que hacían de manifestaciones del dios de las brujas, ya fuera este el diablo o el dios cornudo de las creencias primitivas.
Tras un siglo de repetir que adoraban al diablo, muchas brujas ignorantes acabaron por creerlo. Efectivamente, centenares de ellas confesaron tal herejía, aunque en la mayoría de las confesiones eran los inquisidores quienes introducían al diablo, y las brujas asentían bajo tortura. Es posible, también, que algunas de las brujas que supuestamente confesaron que el diablo era su dios no llegaran jamás a decir esto en realidad. Las confesiones eran anotadas por monjes que estaban firmemente convencidos de que las brujas adoraban al diablo, y estos escribas de la Iglesia pudieron poner la palabra diablo allí donde la bruja hizo referencia a su señor dios. La bruja ignorante no habría visto la diferencia.

Frank Donovan, Historia de la brujería. Ed. Alianza, 1978. p.143.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Materia de canto

Ahora, venga, dime esto y expónlo con claridad: ¿por dónde viniste errante y a qué regiones llegaste, y a qué pueblos y ciudades bien pobladas? Y cuenta si sus moradores eran gentes rudas, salvajes e ignorantes de la justicia, o bien acogedoras y de mente piadosa. Dinos el motivo de los sollozos y llantos de tu pecho, al escuchar la ruina de los dánaos argivos y de Ilión. La tramaron los dioses y ellos urdieron la matanza de tantos humanos, para que tuvieran los posteriores materia de canto.

Homero, Odisea. Ed. Alianza, 2005. p.188.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Así fue como empezó mi iniciación

Así fue como empezó mi iniciación. Durante las semanas y los meses que siguieron viví más experiencias similares, un continuo alud de vejaciones. Cada prueba era más terrible que la anterior, y si conseguí no echarme atrás, fue sólo por una pura obstinación de reptil, una estúpida pasividad que se escondía en el centro de mi alma. No tenía nada que ver con la voluntad, la determinación o el valor. Yo no tenía ninguna de esas cualidades, y cuanto más me espoleaban, menos orgullo sentía por mis logros. Me flagelaron con un látigo, me tiraron de un caballo al galope; estuve atado al tejado del establo durante dos días sin comida ni agua; me untaron el cuerpo de miel y me dejaron desnudo bajo el calor de agosto mientras miles de moscas y avispas bullían sobre mí; estuve sentado en medio de un círculo de fuego toda una noche mientras mi cuerpo se chamuscaba y se cubría de ampollas; me sumergieron repetidas veces durante seis horas seguidas en una tina de viangre; me cayó un rayo; bebí orines de vaca y comí excrementos de caballo; cogí un cuchillo y me cercené la primera falange del meñique izquierdo; colgué de las vigas del desván dentro de un haza de cuerdas durante tres días y tres noches. Hice estas cosas porque el maestro Yehudi me dijo que las hiciera, y aunque no pude llegar a amarle, tampoco le odié ni le guardé rencor por los sufrimientos que soporté. Él ya no tenía que amenazarme. Yo seguía sus órdenes con ciega obediencia, sin molestarme nunca en preguntarle cuál era su propósito. Me decía que saltara y yo saltaba. Me decía que dejara de respirar y yo dejaba de respirar. Era el hombre que me había prometido hacerme volar, y aunque nunca le creía, dejé que me utilizara como lo hacía.

Paul Auster, Mr. Vértigo; p.49. Ed. Anagrama, 2006.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

King Kong

Un mono de catorce metros de altura (algunos entusiastas dicen que quince), es evidentemente encantador, pero tal vez no basta. No es un mono jugoso; es un reseco y polvoriento artificio de movimientos esquinados y torpes. Su única virtud -la estatura- parece no haber impresionado mucho al fotógrafo, que se obstina en no retratarlo de abajo sino de arriba -enfoque a todas luces desacertado, que invalida y anula su elevación. Falta añadir que es jorobado y de piernas chuecas: rasgos que lo achican también. Para que nada tenga de extraordinario, lo hacen luchar con monstruos mucho más raros que él, y le destinan alojamiento en falsas cavernas de catedralicio grandor, donde se pierde su afanosa estatura. Un amor carnal o romántico por Miss Fay Wray perfecciona la ruina de ese gorila monumental y también la del film.

Jorge Luis Borges, Reseña aparecida en Selección, Cuadernos Mensuales de Cultura, Buenos Aires, Nº 3, Julio de 1933. Extraído de: Jorge Luis Borges, Textos recobrados 1931-1955, Ed. Emecé, 2001

lunes, 17 de noviembre de 2008

Lugar secreto y oculto

-De lo convenido se desprende -dije- la necesidad de que los mejores cohabiten con las mejores tantas veces como sea posible y los peores con las peores al contrario; y, si se quiere que el rebaño [de los guardianes] sea lo más excelente posible, habrá que criar la prole de los primeros, pero no la de los segundos. Todo esto ha de ocurrir sin que nadie lo sepa, excepto los gobernantes, si se desea también que el rebaño de los guardianes permanezca lo más apartado posible de toda discordia.
-Muy bien -dijo.
-Será, pues, preciso instituir fiestas en las cuales unamos a las novias y novios y hacer sacrificios, y que nuestros poetas compongan himnos adecuados a las bodas que se celebren. En cuanto al número de los matrimonios, lo dejaremos al arbitrio de los gobernantes, que, teniendo en cuenta las guerras, epidemias y todos los accidentes similares, harán lo que puedan por mantener constante el número de ciudadanos de modo que nuestra ciudad crezca o mengüe lo menos posible.
-Muy bien -dijo.
-Será, pues, necesario, creo yo, inventar un ingenioso sistema de sorteo, de modo que, en cada apareamiento, aquellos seres inferiores tengan que acusar a su mala suerte, pero no a los gobernantes.
-En efecto -dijo.
[...]
-Y así, encargándose de los niños que vayan naciendo los organismos nombrados a este fin, [...] tomarán, creo yo, a los hijos de los mejores y los llevarán a la inclusa, poniéndolos al cuidado de unas ayas que vivirán aparte, en cierto barrio de la ciudad; en cuanto a los de los seres inferiores -e igualmente si alguno de los otros nace lisiado-, los esconderán, como es debido, en un lugar secreto y oculto.

Platón, La república; p.277-80. Ed. Alianza, 1995.

viernes, 14 de noviembre de 2008

La respuesta es trescientos noventa y uno

-¡Aub! -Pronunció ese nombre monosilábico con aire autoritario, pues a fin de cuentas era un gran programador hablándole a un simple técnico-. ¡Aub! ¿cuánto es nueve por siete?
Aub titubeó un momento. Los ojos claros le destellaron de angustia.
-Sesenta y tres -respondió.
El diputado Brant enarcó las cejas.
-¿Es correcto?
-Verifíquelo usted mismo, diputado.
El diputado extrajo su ordenador de bolsillo, tocó dos veces los bordes laminados, miró la pantalla y lo guardó.
-¿Éste es el talento de que nos ha hablado? ¿Un ilusionista?
-Más que eso. Aub ha memorizado algunas operaciones y hace cálculos con ellas sobre papel.
-¿Un ordenador de papel? -dijo el general, con cara de lástima.
-No, señor -replicó Shuman con paciencia-. No un ordenador de papel, sólo una hoja de papel. General, tenga la amabilidad de sugerir un número.
-Diecisiete.
-¿Y usted, diputado?
-Veintitrés.
-Bien. Aub, multiplica esos números y muestra a los caballeros cómo lo haces.
-Sí, programador.
Agachó la cabeza. Sacó una libreta de un bolsillo de la camisa y una pluma del otro. Arrugó la frente mientras trazaba marcas en el papel.
El general Wider lo interrumpió con brusquedad.
-Veamos eso. -Aub le pasó el papel-. Bien, parece el número diecisiete.
El diputado Brant asintió.
-En efecto, pero supongo que cualquiera puede copiar números de un ordenador. Creo que yo mismo podría dibujar un diecisiete aceptable, incluso sin practicar.
-Por favor, caballeros, permitan ustedes que Aub continúe -les pidió Shuman sin acalorarse.
Aub continuó con mano trémula.
-La respuesta es trescientos noventa y uno -dijo al fin con un hilo de voz.
El diputado Brant sacó su ordenador y tecleó.
-Santo cielo, así es. ¿Cómo lo adivinó?
-No lo adivinó, diputado -le explicó Shuman. Calculó el resultado. Lo hizo con ese papel.
-Patrañas -rechazó el general con impaciencia.-. Un ordenador es una cosa y unas marcas en un papel son otra.
-Explíqueselo, Aub -ordenó Shuman.

Isaac Asimov, Sensación de poder. Contenido en Cuentos completos I; p. 277-8. Ediciones B, 2005.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Lobotomía transorbital

Pero el mayor eco [del trabajo de Egas Moniz] se produjo en Estados Unidos, donde el neurólogo Walter Freeman inventó una nueva vía quirúrgica que denominó lobotomía transorbital. Describía el procedimiento del modo siguiente:

"La técnica consiste en aturdir a los pacientes con un golpe y, mientras están bajo el efecto del «anestésico», introducir con fuerza un picahielo entre el globo ocular y el párpado a través del techo de la órbita, hasta alcanzar el lóbulo frontal; en este punto se efectúa un corte lateral moviendo el instrumento de una parte a otra. Lo he practicado en ambos lados a dos pacientes y a otro en un lado sin que sobreviniera ninguna complicación, excepto en un caso un ojo muy negro. Puede que surjan problemas posteriores, pero parece bastante fácil, aunque ciertamente es algo desagradable de contempar. Hay que ver cómo evolucionan los casos, pero hasta ahora los pacientes han experimetnado un alivio de los síntomas, y sólo algunas de las nimias dificultades de comportamiento que siguen a la lobotomía. Incluso son capaces de levantarse e irse a casa al cabo de más o menos una hora."

Lo fácil que resultaba practicar la psicocirugía, con un simple picahielo, no causó consternación ni horror, como debiera haber ocurrido, sino emulación. En 1949 se habían practicado más de diez mil operaciones en los Estados Unidos, y otras tantas en los dos años que siguieron. Moniz fue ampliamente aclamado como un «salvador» y en 1951 recibió el Premio Nobel, la culminación, en palabras de Macdonald Critchley, de «esta crónica de vergüenza».

Oliver Sacks, Un antropólogo en Marte;p. 92-3. Ed. Anagrama, 2003.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Ningunos ojos que puedan contemplarlo

-¿Qué piedrecita?
- Tengo más como ésta. Una es de Kerenea, otra del planetoide de Thomas... ¡pero no pienses que he hecho una colección! Estas piedrecitas se metieron simplemente en las ranuras de mis suelas. Olaf las extrajo, les puso el letrero correspondiente y las conservó. No pude quitarle la idea de la cabeza. Es una tontería, pero... tengo que contarte esto. Sí, he de hacerlo para que no pienses que allí todo era horrible y no ocurría nada más que accidentes mortales. Verás..., imagínate una reunión de mundos. Primero rosa, un espacio infinito del rosa más fino y pálido, y en él , penetrando en él, un segundo espacio ya más oscuro y después de un rojo ya casi azulado, pero muy lejos, y rodeándolo todo, la fosforescencia, sin gravedad, no como una nube ni como la niebla..., diferente. No encuentro palabras para explicarlo. Salimos los dos del cohete y lo contemplamos. Eri, no lo comprendo. Verás, incluso ahora siento un nudo en la garganta , de tan hermoso que era. Piensa esto: allí no hay vida. No hay plantas, animales, ni pájaros, nada, ningunos ojos que puedan contemplarlo. Estoy completamente seguro de que desde la creación del mundo nadie lo había visto, y Arden y yo fuimos los primeros. Y si nuestro gravímetro no se hubiera estropeado, por lo que tuvimos que aterrizar allí para arreglarlo, pues el cuarzo estaba roto y se había escapado el mercurio, nadie habría estado allí hasta el fin del mundo, nadie lo habría visto. ¡Es realmente misterioso! Se tienen unos deseos directos... Oh, no sé... No podíamos irnos, sencillamente. Olvidamos por qué habíamos aterrizado y permanecimos quietos, mirando.

Stanislaw Lem, Retorno de las estrellas; p.288. Ed. Alianza, 2005


viernes, 7 de noviembre de 2008

Hallándose enfermo en cama

Uno de los sueños de Maury ha llegado a hacerse célebre. Hallándose enfermo en cama soñó con la época del terror durante la Revolución francesa, asistió a escenas terribles y se vio conducido ante el tribunal revolucionario, del que formaban parte Robespierre, Marat, Fouquier-Tinville y demás tristes héroes de aquel sangriento periodo. Después de un largo interrogatorio y de una serie de incidentes que no se fijaron en su memoria, fue condenado a muerte y conducido al cadalso en medio de una inmensa multitud. Sube al tablado, el verdugo le ata a la plancha de la guillotina, bascula ésta, cae la cuchilla y Maury siente cómo su cabeza queda separada del tronco. En este momento despierta presa de horrible angustia y encuentra que una de las varillas de las cortinas de la cama ha caído sobre su garganta análogamente a la cuchilla ejecutora.
Este sueño provocó una interesante discusión que en la Revue Philosophique sostuvieron Le Lorrain y Egger sobre cómo y en qué forma era posible al durmiente acumular en el corto espacio de tiempo transcurrido entre la percepción del estímulo despertador y el despertar una cantidad aparentemente tan considerable de contenido onírico.

Sigmund Freud, La interpretación de los sueños; p.81. Ed. Planeta-De Agostini, 1992.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

El marco y el mundo exterior

El cuadro con marco aparece en Europa poco más o menos en el siglo XV, como manifestación externa de un cambio social. Hasta entonces las pinturas habían sido parte integrante de un contexto arquitectónico, encargadas para un lugar determinado al objeto de cumplir una finalidad determinada. Cuando se trasladó temporalmente, a título de botín de guerra, el retablo de Van Eyck de Gante a un museo berlinés durante la Primera Guerra Mundial, quedó privado de su entrono vivificante y de su magia. De ningún modo podía funcionar como mercancía móvil. Pero cuando los artistas comenzaron a crear sus historias bíblicas, paisajes y escenas de género para lo que podríamos llamar el mercado, es decir, para toda una clase de clientes más que para satisfacer un encargo particular, hubo que hacer obras portátiles.
[...] El marco hace su aparición cuando ya no se considera la obra parte integrante del entorno social, sino un enunciado sobre ese entorno. Cuando la obra de arte se convierte en una proposición, el cambio de su estatus de realidad se pone de manifiesto en su patente desapego de lo que la circunda. [...] El marco indica que se solicita del espectador que considere lo que ve en el cuadro no como parte del mundo en que vive y actúa, sino como algo que se dice acerca de ese mundo que se contempla desde fuera: una representación del mundo del espectador. Esto implica considerar que el tema plasmado en un cuadro no forma parte del inventario del mundo, sino que es portador de un significado simbólico.

Rudolf Arnheim, El poder del centro; p.62. Ed. Alianza, 1998.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Comida a bordo del proyectil

Empezó el almuerzo con tres tazas de caldo excelente, gracias a las tabletas Liebig, preparadas con las mejores tajadas de los rumiantes de la Pampa y desleídas en agua hirviente. Al caldo de vaca siguieron algunos trozos de bistec, comprimidos en la prensa hidráulica, tan tiernos y suculentos como si llegaran del Café Inglés. Michel, hombre de imaginación, incluso sostuvo que sangraban. Conservas de legumbres "más frescas que al natural" sucedieron al plato de carne, y luego siguieron sendas tazas de té y tostadas con mantequilla, a la americana. Aquel brebaje, que declararon exquisito, procedía de la infusión de hojas de té de primera calidad que el emperador de Rusia había puesto a disposición de los expedicionarios.
En fin, para rematar la comida, desenterró Ardan del fondo del compartimento de las provisiones, en donde se encontraba "por casualidad" una botella de vino de Borgoña que los tres amigos bebieron, brindando por la unión de la Tierra con su satélite.
Y como si no fuera bastante con haber dorado las viñas que habían servido para destilar vinos tan generosos, el Sol quiso participar también en la fiesta. Desembocaba en aquel momento el proyectil del cono de sombra proyectado por la Tierra, y los rayos del astro radiante hirieron directamente el disco inferior del proyectil, a causa del ángulo que forma la órbita de la Tierra con la de la Luna.

Jules Verne, Alrededor de la Luna. Extraído de: Viajes extraordinarios; p. 472-473. Ed. Espasa Calpe, 2005