Empezó el almuerzo con tres tazas de caldo excelente, gracias a las tabletas Liebig, preparadas con las mejores tajadas de los rumiantes de la Pampa y desleídas en agua hirviente. Al caldo de vaca siguieron algunos trozos de bistec, comprimidos en la prensa hidráulica, tan tiernos y suculentos como si llegaran del Café Inglés. Michel, hombre de imaginación, incluso sostuvo que sangraban. Conservas de legumbres "más frescas que al natural" sucedieron al plato de carne, y luego siguieron sendas tazas de té y tostadas con mantequilla, a la americana. Aquel brebaje, que declararon exquisito, procedía de la infusión de hojas de té de primera calidad que el emperador de Rusia había puesto a disposición de los expedicionarios.
En fin, para rematar la comida, desenterró Ardan del fondo del compartimento de las provisiones, en donde se encontraba "por casualidad" una botella de vino de Borgoña que los tres amigos bebieron, brindando por la unión de la Tierra con su satélite.
Y como si no fuera bastante con haber dorado las viñas que habían servido para destilar vinos tan generosos, el Sol quiso participar también en la fiesta. Desembocaba en aquel momento el proyectil del cono de sombra proyectado por la Tierra, y los rayos del astro radiante hirieron directamente el disco inferior del proyectil, a causa del ángulo que forma la órbita de la Tierra con la de la Luna.
Jules Verne, Alrededor de la Luna. Extraído de: Viajes extraordinarios; p. 472-473. Ed. Espasa Calpe, 2005