lunes, 10 de noviembre de 2008

Ningunos ojos que puedan contemplarlo

-¿Qué piedrecita?
- Tengo más como ésta. Una es de Kerenea, otra del planetoide de Thomas... ¡pero no pienses que he hecho una colección! Estas piedrecitas se metieron simplemente en las ranuras de mis suelas. Olaf las extrajo, les puso el letrero correspondiente y las conservó. No pude quitarle la idea de la cabeza. Es una tontería, pero... tengo que contarte esto. Sí, he de hacerlo para que no pienses que allí todo era horrible y no ocurría nada más que accidentes mortales. Verás..., imagínate una reunión de mundos. Primero rosa, un espacio infinito del rosa más fino y pálido, y en él , penetrando en él, un segundo espacio ya más oscuro y después de un rojo ya casi azulado, pero muy lejos, y rodeándolo todo, la fosforescencia, sin gravedad, no como una nube ni como la niebla..., diferente. No encuentro palabras para explicarlo. Salimos los dos del cohete y lo contemplamos. Eri, no lo comprendo. Verás, incluso ahora siento un nudo en la garganta , de tan hermoso que era. Piensa esto: allí no hay vida. No hay plantas, animales, ni pájaros, nada, ningunos ojos que puedan contemplarlo. Estoy completamente seguro de que desde la creación del mundo nadie lo había visto, y Arden y yo fuimos los primeros. Y si nuestro gravímetro no se hubiera estropeado, por lo que tuvimos que aterrizar allí para arreglarlo, pues el cuarzo estaba roto y se había escapado el mercurio, nadie habría estado allí hasta el fin del mundo, nadie lo habría visto. ¡Es realmente misterioso! Se tienen unos deseos directos... Oh, no sé... No podíamos irnos, sencillamente. Olvidamos por qué habíamos aterrizado y permanecimos quietos, mirando.

Stanislaw Lem, Retorno de las estrellas; p.288. Ed. Alianza, 2005