-Muy bien -dijo.
-Será, pues, preciso instituir fiestas en las cuales unamos a las novias y novios y hacer sacrificios, y que nuestros poetas compongan himnos adecuados a las bodas que se celebren. En cuanto al número de los matrimonios, lo dejaremos al arbitrio de los gobernantes, que, teniendo en cuenta las guerras, epidemias y todos los accidentes similares, harán lo que puedan por mantener constante el número de ciudadanos de modo que nuestra ciudad crezca o mengüe lo menos posible.
-Muy bien -dijo.
-Será, pues, necesario, creo yo, inventar un ingenioso sistema de sorteo, de modo que, en cada apareamiento, aquellos seres inferiores tengan que acusar a su mala suerte, pero no a los gobernantes.
-En efecto -dijo.
[...]
-Y así, encargándose de los niños que vayan naciendo los organismos nombrados a este fin, [...] tomarán, creo yo, a los hijos de los mejores y los llevarán a la inclusa, poniéndolos al cuidado de unas ayas que vivirán aparte, en cierto barrio de la ciudad; en cuanto a los de los seres inferiores -e igualmente si alguno de los otros nace lisiado-, los esconderán, como es debido, en un lugar secreto y oculto.
Platón, La república; p.277-80. Ed. Alianza, 1995.