Nuestra insuficiencia es tal que basta con tapar dos de nuestros agujeros para que se nos cierre el mundo de los sonidos, y con tapar dos vías de acceso para que en nosotros se instale la noche. Basta con que una mordaza tape tres de esas aberturas, tan cerca una de la otra que pueden abarcarse sin dificultad con la palma de la mano, para acabar con ese animal cuya vida depende de un soplo. La molesta envoltura que él se veía obligado a lavar, a llenar, a calentar ante el fuego o con la piel de un animal muerto, a la que tenía que acostar por las noches como a un niño o a un anciano imbécil, servía contra él de rehén a la naturaleza entera y, peor aún, a la sociedad de los hombres. Tal vez llegara él a sufrir, por culpa de esa carne y de ese cuero, los horrores de la tortura. El debilitamiento de aquellos resortes sería lo que algún día le impidiera acabar congruentemente la idea esbozada. Si en ocasiones le parecían sospechosas las operaciones de su espíritu, que él aislaba por comodidad del resto de la materia, era sobre todo porque aquel inútil dependía de los servicios del cuerpo. Estaba harto de aquella mezcla de fuego inestable y de densa arcilla.
Marguerite Yourcenar, Opus Nigrum; p.174. Diario El País, 2005.