Ningún viaje, fuera el que fuere, ningún trabajo, nada nos impediría hacerlo. De alguna manera, probar que podíamos llevar a cabo ese viaje era probarnos que teníamos armas contra lo tenebroso, no sólo en sus grandes manifestaciones como la que acababa de dejarnos tan frágiles, sino también en sus expresiones más solapadas, la banalidad de las obligaciones cotidianas, esos compromisos que no significan nada en sí mismos pero que en conjunto alejan cada vez más de ese centro donde cada uno espera vivir su vida. Recibimos la enfermedad de Julio como una advertencia. No vivir su vida en lo que tiene de más real es un crimen, no sólo con respecto a uno mismo, sino a los otros.
Carol Dunlop y Julio Cortázar, Los autonautas de la cosmopista, o Un viaje atemporal París-Marsella; p.43. Ed. Alfaguara, 1996.