Charles Darwin, Autobiografía. Editorial Laetoli, 2008. p. 30
martes, 26 de octubre de 2010
El sombrero
Cuando llegué al colegio debía de ser un muchachito muy simple. Un chico llamado Garnett me llevó un día a una pastelería y compró varios pasteles que no pagó, pues el tendero le fiaba. Al salir le pregunté por qué no había pagado, y me respondió al instante: “¿Cómo? ¿No sabes que mi tío dejó en herencia al ayuntamiento una gran cantidad de dinero a condición de que todos los comerciantes diesen sin pagar cuanto quisiera a cualquier persona que llevase este sombrero viejo y lo moviese de una manera especial?”; y a continuación me mostró cómo había que moverlo. Luego, entró en otra tienda donde también le fiaban, pidió algún pequeño artículo moviendo el sombrero de la forma adecuada y lo obtuvo, por supuesto, sin necesidad de pagar. Al salir, me dijo: “Si quieres ir ahora por tu cuenta a esa pastelería (¡qué bien recuerdo el lugar exacto donde se encontraba!), te prestaré mi sombrero y podrás conseguir lo que desees si te lo pones y lo mueves como es debido”. Acepté encantado la generosa oferta, entré en la tienda y pedí unos pasteles, moví el viejo sombrero, y ya me marchaba del establecimiento cuando el tendero se lanzó sobre mí, así que dejé caer los pasteles y salí pitando; y me sorprendió ver que mi falso amigo Garnett me recibía con grandes risotadas.
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