martes, 26 de octubre de 2010

El sombrero

Cuando llegué al colegio debía de ser un muchachito muy simple. Un chico llamado Garnett me llevó un día a una pastelería y compró varios pasteles que no pagó, pues el tendero le fiaba. Al salir le pregunté por qué no había pagado, y me respondió al instante: “¿Cómo? ¿No sabes que mi tío dejó en herencia al ayuntamiento una gran cantidad de dinero a condición de que todos los comerciantes diesen sin pagar cuanto quisiera a cualquier persona que llevase este sombrero viejo y lo moviese de una manera especial?”; y a continuación me mostró cómo había que moverlo. Luego, entró en otra tienda donde también le fiaban, pidió algún pequeño artículo moviendo el sombrero de la forma adecuada y lo obtuvo, por supuesto, sin necesidad de pagar. Al salir, me dijo: “Si quieres ir ahora por tu cuenta a esa pastelería (¡qué bien recuerdo el lugar exacto donde se encontraba!), te prestaré mi sombrero y podrás conseguir lo que desees si te lo pones y lo mueves como es debido”. Acepté encantado la generosa oferta, entré en la tienda y pedí unos pasteles, moví el viejo sombrero, y ya me marchaba del establecimiento cuando el tendero se lanzó sobre mí, así que dejé caer los pasteles y salí pitando; y me sorprendió ver que mi falso amigo Garnett me recibía con grandes risotadas.

Charles Darwin, Autobiografía. Editorial Laetoli, 2008. p. 30