jueves, 29 de abril de 2010

Un hombre relativamente moral

Alguna vez contaré la historia de mi vida, lo conmovedora e instructiva que fue durante esos diez años de mi juventud. Creo que muchas, muchas personas han experimentado lo mismo. Deseaba con toda mi alma ser bueno; pero era joven, tenía pasiones, y estaba solo, completamente solo, en mi búsqueda del bien. Cada vez que trataba de expresar mis deseos más íntimos, esto es, que quería ser moralmente bueno, no encontraba más que desprecio y burlas; pero cuando me entregaba a las viles pasiones, los demás me elogiaban y alentaban.
[...] No puedo recordar aquellos años sin horror, sin repugnancia y sin un dolor en el corazón. Mataba a hombres en la guerra, retaba a otros a duelo para matarlos, perdía dinero jugando a las cartas, dilapidaba el fruto del trabajo de los campesinos, los castigaba; fornicaba, me valía de engaños. La mentira, el robo, la promiscuidad de todo tipo, la embriaguez, la violencia, el asesinato... No existe crimen que no hubiera cometido, y por todo ello me alababan, y mis coetáneos me consideraban, y aún me consideran, un hombre relativamente moral.

Lev Tolstói, Confesión. Acantilado, 2008. p. 13–14.

lunes, 26 de abril de 2010

La cofa

Se tienen vigías en las tres cofas, de sol a sol, alternándose los marineros por turnos regulares –como en la caña–, y relevándose cada dos horas. En el tiempo sereno de los trópicos, la cofa es enormemente agradable; incluso deliciosa para un hombre soñador y meditativo. Ahí está uno, a cien pies por encima de las silenciosas cubiertas, avanzando a grandes pasos por lo profundo, como si los palos fueran gigantescos zancos, mientras que por debajo de uno, y como quien dice entre las piernas, nadan los más enormes monstruos del mar, igual que antaño los barcos navegan entre las botas del famoso coloso de la antigua Rodas. Ahí está uno, en la secuencia infinita del mar, sin nada movido, salvo las ondas. El barco en éxtasis avanza indolentemente; soplan los perezosos vientos alisios; todo le inclina a uno a la languidez. Casi siempre, en esta vida ballenera en el trópico, a uno le envuelve una sublime ausencia de acontecimientos: no se oyen noticias, no se leen periódicos, no hay números especiales con informes sobresaltadores sobre vulgaridades que le engañen a uno excitándole sin necesidad; no se oye hablar de aflicciones domésticas, fianzas de quiebra, caídas de valores; nunca preocupa la idea de qué habrá para comer, pues todas las comidas, para tres años y más, están confortablemente estibadas en barriles, y la minuta es inmutable.

Herman Melville, Moby Dick. Círculo de Lectores, 1999. p. 218–219.