miércoles, 21 de octubre de 2009

Encierro de Hölderlin

La madre de Hölderlin decidió su internamiento en el "Clinicum" de Johan H.F. von Autenrieth, pagando los gastos, una vez más, con la herencia de su hijo. Desde el 15 de septiembre de 1806 al 3 de mayo de 1807 permaneció éste en aquel sanatorio privado de carácter general de la Bursa-Gasse, cercana al Seminario de Teología. Era el primer enfermo mental que entraba allí, y Autenrieth había preparado un cuarto fortificado con barrotes de madera, donde se encerró a quien, por su indignada protesta ante la privación de libertad, se calificó de "loco furioso". No consta en los libros de la clínica que se aplicaran más que calmantes (desde la belladona al mercurio y al opio, combinado con cantárida). El médico había inventado una máscara de cuero que se fijaba a la cara del paciente, quien, atado, acababa por dejar de gritar; según él, daba "buenos resultados".

Federico Bermúdez-Cañete. Introducción a Friedrich Hölderlin. Antología poética. Cátedra, 2006. p.41

lunes, 19 de octubre de 2009

Cygnus X-1

Existen otros modelos para explicar Cygnus X-1 que no incluyen un agujero negro, pero todos son bastante inverosímiles. Un agujero negro parece ser la única explicación realmente natural de las observaciones. A pesar de ello, tengo pendiente una apuesta con Kip Thorne, del Instituto Tecnológico de California, de que ¡de hecho Cygnus X-1 no contiene ningún agujero negro! Se trata de una especie de póliza de seguros para mí. He realizado una gran cantidad de trabajos sobre agujeros negros, y estaría todo perdido si resultara que los agujeros negros no existen. Pero, en este caso, tendría el consuelo de ganar la apuesta que me proporcionaría recibir la revista Private Eye durante cuatro años. Si los agujeros negros existen, Kip obtendrá una suscripción a la revista Penthouse para un año. Cuando hicimos la apuesta, en 1975, teníamos una certeza de un 80 por 100 de que Cygnus era un agujero negro. Ahora, diría que la certeza es de un 95 por 100, pero la apuesta aún tiene que dirimirse.

Stephen W. Hawking. Historia del tiempo. Del Big Bang a los agujeros negros. Círculo de Lectores, 1988. p.154.

miércoles, 14 de octubre de 2009

El objetivo de la terapia

En una sesión psicoanalítica, el paciente se halla en una situación pasiva, sumisa y altamente desventajosa. Se tumba en un sofá sin ver al analista y se espera que asocie libremente, sin formular pregunta alguna. El analista está en pleno control de la situación, respondiendo raramente a cualquier pregunta, opta por el silencio o la interpretación y suele calificar todo desacuerdo de resistencia por parte del paciente. Las interpretaciones del analista, basadas en la teoría freudiana, explícita o implícitamente dirigen el proceso, manteniéndole dentro de los limitados confines de su estructura conceptual e impidiendo la posibilidad de extenderse a nuevos territorios. El terapeuta debe mantenerse desvinculado, objetivo, impersonal, no mostrar correspondencia alguna y controlar todo síntoma de «contratransferencia». [...] El objetivo de la terapia, tal como lo describe explícitamente Freud, es realmente modesto, teniendo en cuenta el tiempo, dinero y energía invertidos: consiste en «pasar del sufrimiento extremo propio del neurótico a la miseria normal de la vida cotidiana».

Stanislav Grof, Psicología transpersonal. Kairós, 2006. p.176-7

lunes, 12 de octubre de 2009

El bibliómano ignorante

De verdad que lo que estás consiguiendo es lo contrario de lo que quieres. Tú crees que por comprar compulsivamente los mejores libros vas a parecer una persona con cultura, pero el asunto se te escapa de las manos y, en cierto modo, se convierte en una prueba de tu incultura. Es más, ni siquiera compras los mejores, sino que confías en cualquiera que se ponga a elogiarlos y eres un chollo para quienes mienten sobre tales libros y un tesoro a punto para los que comercian con ellos. Porque, ¿cómo ibas a poder distinguir cuáles son viejos y muy costosos de los que son malos y además están envejecidos? ¿O es que puedes reconocer en qué medida están devorados y destrozados tomando a los gusanos como consejeros en el examen? Ya que de lo certeros o lo inequívocos que sean sus contenidos, ¿Qué forma de diagnóstico tienes?

Luciano de Samóstata, El bibliómano ignorante. Errata naturae editores, 2009. p. 35-6.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Alguien hundirá su cuchillo en la garganta de Kidok

-Alguien hundirá su cuchillo en la garganta de Kidok, le cortará las orejas y se las pondrá en la boca; luego le abrirá el pecho y le extraerá el corazón aún caliente. Después le cortará la cabeza y se la pondrá sobre el pecho. Luego le hará saltar los ojos y se los pondrá sobre la cabeza. ¡Eso le servirá de lección!

-Si lo matas -le advirtió Anarvik -ya nadie te recibirá en su iglú.

-¿ Ni siquiera tú?

-Ni siquiera yo. No recibimos asesinos.

Ernenek se quedó pensativo. La expulsión de la comunidad era la única pena conocida por esa gente que ignoraba la existencia de autoridades, códigos y prisiones; pero una pena temida, tanto como se teme la muerte, por quien considera la compañía humana como el más precioso de los bienes; y Ernenek se maravillaba de que un simple asesinato se castigara con tanto rigor, puesto que él mismo no veía en el acto de dar muerte a un hombre ningún mal. Después de todo, era precisamente lo que hacían los machos jóvenes de las focas cuando mataban a sus compañeros más viejos por la posesión de la hembra.

Y todo cuanto hacían las focas a Ernenek le parecía bien hecho.

Hans Ruesch, El país de las sombras largas. Ediciones del Viento, 2008. p.25

lunes, 5 de octubre de 2009

El pie

Es cosa singular que el pie del hombre -lo mismo que la mano, extremidad ésta con la que estamos si cabe más familiarizados, y acaso aún en mayor medida-, resulta rara vez hermoso en los adultos civilizados que transitan por el mundo con él embutido en botas y zapatos de cuero. Esa fealdad del pie motiva que prefiramos llevar esas partes del cuerpo vergonzosamente ocultas, como cosa que hay que esconder y olvidar. A veces los pies de las mujeres son verdaderamente espantosos, y son lo más antiestético que puede imaginarse en los individuos más bellos, más distinguidos y más perfectos de su sexo. Su fealdad, en ocasiones, es tal que hiela y mata todo romanticismo, haciendo añicos el tierno sueño del amor y amenazando, incluso, con partir el corazón del joven amante.

Y todo por la insistencia en usar un tacón alto y una punta de zapato ridículamente fina. ¡Mediocre espectáculo, por cierto!

George du Maurier, Trilby. Ed. Verticales de Bolsillo, 2008. p. 27-28

viernes, 2 de octubre de 2009

Inventario de los bienes dejados por el difunto, Benedictus de Spinosa, natural de Amsterdam, fallecido el 21 de febrero de 1677

Lanas. En primer lugar, una cama, una almohada, dos almohadones, una colcha blanca y otra roja, dos sábanas, cortinas, volante y colcha. [Además], un abrigo turco negro y otro de color; una chaqueta de tela de color con una almilla y un pantalón de tela de color, una chaqueta turca negra y un pantalón turco y negro; una chaqueta vieja de sarga, un par de medias de punto negras; dos sombreros negros, un manguito con un par de guantes; un par de zapatos negros y otos grises, un viejo bolso de viaje a rayas y un gorro viejo de guata.

Ropa blanca. Dos pares de sábanas, seis fundas de almohada, dos bolsas de ropa; siete camisas, diecinueve alzacuellos, otro alzacuellos; diez pares de puños, buenos y malos; cuatro pañuelos de algodón, con otro pañuelito a cuadros; catorce pares de calcetines de hilo y otro más, entre buenos y malos; una bufanda, con dos corbatas de algodón, y dos pañuelos malos.

[Se omite aquí el extenso catálogo de libros de la biblioteca de Spinoza]

Objetos de madera. Una mesita de roble, otra mesita de roble de tres patas, dos mesitas de abeto cuadradas con un cajón, una caja de color, una librería de roble con cinco anaqueles, un cofre viejo, un juego de ajedrez en una bolsa, un molino de pulir y los utensilios correspondientes, junto con un telescopio inservible, y junto a él otro útil, así como algún vidrio y tubos de hojalata.

Pinturas. Un retrato con un marco negro brillante, así como un embutido de laboratorio.

Objetos de plata. Un par de hebillas de plata, un pequeño sello colgado de una llave de hierro.

Atilano Domínguez (comp.), Biografías de Spinoza. Alianza Editorial, 1995. p. 203-220