En sus censuras del lujo, los padres de la Iglesia son extremadametne minuciosos y detallados y entre los diversos artículos que provocan su piadosa indignación podemos enumerar el cabello postizo, las prendas de cualquier color excepto el blanco, los instrumentos musicales, las copas de oro o plata, los almohadones de plumas (puesto que Jacob apoyaba la cabeza en una piedra), el pan blanco, los vinos extranjeros, los saludos públicos, el baño templado y la costumbre de afeitarse la barba que, de acuerdo con la expresión de Tertuliano, es una mentira a nuestro rostro y un intento impío de mejorar la obra del Creador. Cuando se introdujeron el cristianismo entre los ricos y educados, la observación de estas leyes singulares, igual que en nuestros tiempos, se limitó a los pocos que aspiraban a alcanzar una santidad superior. No obstante, siempre resulta fácil y agradable a los sectores inferiores de la sociedad extraer mérito del desprecio de la pompa y el placer que la fortuna ha colocado fuera de su alcance. Igual que sucedió con los primeros romanos, la pobreza y la ignorancia con frecuencia custodiaron la virtud de los cristianos primitivos.
Edward Gibbon, Historia de la decadencia y caída del imperio romano. Edición abreviada de Dero A. Saunders. Círculo de Lectores, 2001. p.206-7.