Puedes mirar, en la confianza de que siempre son correctos, a Ticiano, el Veronés, Tintoreto, Giorgione, Giovanni Bellini y Velázquez; eso, por supuesto, siempre que la autenticidad de la obra esté garantizada por una autoridad fiable.
Puedes mirar con admiración, aunque admitiendo distinciones cuestionadoras entre lo correcto y lo erróneo, a Van Eyck, Holbein, Perugino, Francia, Angelico, Leonardo da Vinci, Correggio, Van Dyck, Rembrandt, Reynolds, Gainsborough, Turner y los modernos prerrafaelitas. Será mejor que no mires a más pintores que ésos, porque si lo haces pueden extraviarte muy lejos del camino, o hacerte incurrir en errores graves, pintores como Miguel Ángel, Rafael o Rubens; y, encima, pueden corromperte el gusto otros como Murillo, Salvator, Claude, Gaspard Poussin, Teniers y otros de esa clase. Puedes mirar, eso sí, como ejemplos de mal hacer, con garantía reprobatoria absoluta, bajo el convencimiento de que todo lo que ves es malo, al Dominiquino, los Carracci, Bronzino, y las figuras de Salvator.
Entre los que he nombrado para estudiarlos con cautela, no mires demasiado, ni te entusiames demasiado con ellos, a Angelico, Correggio, Reynolds, Turner y los prerrafaelitas; y si se da el caso de que te encaprichas de cualquiera de los otros, deja de mirarlo porque andas mal en un sentido y otro. Por ejemplo, si te empiezan a gustar especialmente Rembrandt o Leonardo, estás perdiendo la sensibilidad al color; si son Van Eyck o el Perugino, te gusta demasiado el detalle rígido; o si te gustan especialmente Van Dyck o Gainsborough, seguro que te atrae demasiado la brumosidad de buen tono.
Jonh Ruskin, Técnicas de dibujo; p. 235. Ed. Laertes, 1999