Blake dibujó, a partir de una de sus visiones, una cabeza a la que llamó "El hombre que construyó las pirámides". Cualquiera puede apreciar tanto la grandeza como el misterio de la idea; y la mayoría de la gente incluso llegaría a desarrollar alguna teoría sobre cómo un gran pintor poético a la manera de Miguel Ángel o Watts la habría tratado. Aquellos habrían podido concebir un rostro de tez oscura y misteriosa, o bien inclinado y reflexivo, o de mirada fija y tropical, o apolíneo y puro. Quienquiera que fuese el hombre que construyó las pirámides, uno cree que debió de ser (para decirlo con suavidad) un hombre inteligente. Miramos el cuadro de Blake y nos sobresalta contemplar el rostro de un idiota. Rectifico, podemos contemplar incluso el rostro de un idiota malvado, un rostro de mirada lasciva, sólo a medias inteligente, que carece de mentón y posee la misma nariz protuberante de un cerdo. Blake afirmó haber pintado el rostro de un verdadero espíritu, y no veo razón alguna para dudar de que así fuera. Pero, siendo así, no se trataba del verdadero hombre que construyó las pirámides: no se trataba del tipo de espíritu con el que a cualquier caballero le gustaría intimar. Esa visión de la estupidez porcina era realmente una desagradable visión que dejaría tras sí el olor de la estupidez demoníaca. Estoy absolutamente convencido de que dejó a Blake más idiota de lo que lo encontró.
Gilbert K. Chesterton, William Blake; p.136-7. Ed. Espuela de Plata, 2007