Entretanto, la Compañía A estaba en sus posiciones esperando a que llegara el ron; la tradición de todos los ataques exigía ración doble de ron antes del inicio. Todas las demás compañías habían recibido sus raciones. El Actor comenzó a maldecir:
-¿Dónde diablos habrá podido meterse el cantinero?
Preparamos nuestras bayonetas y nos colocamos en posición de ataque en cuanto Thomas llegó con las instrucciones. Por nuestro lado pasaban centenares de heridos.
- Órdenes del capitán: La Compañía A debe dirigirse a la línea del frente.
En ese momento llegó el cantinero, sin rifle ni equipo de ninguna clase, balanceando la botella de ron, con la cara roja y sudorosa. Se detuvo frente al Actor y le dijo:
- ¡Aquí tiene, señor! -tropezó en un agujero y cayó boca abajo en el lodo. El tapón de la botella saltó, y lo que quedaba de aquella botella de quince litros se derramó por el suelo. El Actor no respondió. Aquél era un crimen que merecía la pena de muerte. Puso un pie sobre el cuello del despensero y el otro en la espalda y lo hundió en el lodo. Entonces le dio a la compañía la orden de avanzar. La compañía avanzó con un martilleo de acero, y aquélla fue la última ocasión en que vi al despensero.
Robert Graves, Adiós a todo eso; p. 240. Aleph Editores.