miércoles, 4 de febrero de 2009

Jawohl

25 de enero. Fue el turno de Sómogyi. Era un químico húngaro de unos cincuenta años, delgado, alto y taciturno. Como el holandés, estaba convaleciente de tifus y de escarlatina; pero le sobrevino algo nuevo. Fue presa de una fiebre muy alta. Desde hacía tal vez cinco días no había dicho palabra: abrió la boca aquel día y dijo con voz enérgica:
-Tengo una ración de pan debajo del jergón. Repartíosla vosotros tres. Yo ya no volveré a comer.
No supimos qué decir, pero de momento no tocamos el pan. Se le había hinchado la mitad de la cara. Mientras permaneció consciente, continuó encerrado en un silencio áspero.
Pero por la tarde, y durante toda la noche, y durante dos días sin interrupción, el silencio fue roto por el delirio. Entregado a un último e interminable sueño de liberación y esclavitud, empezó a murmurar Jawohl a cada expiración de aire; regular y constante como una máquina, Jawohl a cada bajada de su pobre hilera de costillas, miles de veces, hasta dar ganas de sacudirlo, de sofocarlo, o de que, por lo menos, cambiase de palabra.
Nunca he comprendido como entonces lo trabajosa que es la muerte de un hombre.

Primo Levi, Si esto es un hombre. En: Trilogía de Auschwitz, El Aleph Editores, 2008. p.210-1