Veo-un-Pájaro por lo visto había estado pensando en lo que le había dicho anteriormente acerca de la población de Londres.
-¡Debe de ser terrible vivir allí -dijo- con unos diez millones de habitantes ocupando un territorio que aquí sólo albergaría a cinco o diez mil! Cada vez que deja su casa para visitar a un amigo en otra parte de la ciudad, debe de cruzarse con miles de personas nuevas.
-¿Y qué tiene esto de terrible?
-Pues no me va a negar que cada vez que ve una cara nueva en la calle, aunque no se intercambien saludos, existe siempre una especie de contacto, un reconocimiento; no sólo tomará nota de la cara, sino que además la resumirá mentalmente y la almacenará en su memoria. Cada contacto personal es un gasto de energía mental. Aquí conocemos prácticamente a todo el mundo de vista, así que nuestros encuentros casuales poco les piden a nuestras energías, y en días de grandes festivales nos ofuscamos los sentidos bebiendo. Pero las visitas a otras regiones nos resultan agotadoras; el cerebro, al cabo de un rato, empieza a marearse por exceso de trabajo. Es por esos que viajamos poco, y es por eso también que cuando vamos al extranjero nuestros anfitriones ya procuran exponernos al menor número posible de contactos personales. Cuando intento imaginarme miles y miles de personas, todas con vestidos diferentes y mentes completamente desorganizadas entre sí, entrecruzándose por las vidas de los demás sin conocer ni saludar, cada uno buscando un camino propio, un camino competitivo, creo que esto me mataría.
Robert Graves, Siete días en Nueva Creta. Seix Barral, 1997. p. 28-9.