miércoles, 30 de diciembre de 2009

Cabeza abajo

Stratton construyó una especie de cabezada óptica que hacía girar el campo visual 180º; no solamente las cosas se veían boca abajo, sino que también resultaban invertidos el lado izquierdo y el derecho. El armatoste consistía en un tubo de 20 centímetros de largo montado en un molde de escayola. Stratton lo llevó durante ochenta y siete horas a lo largo de un período de ocho días, sustituyéndolo por una venda mientras dormía. Con el ojo derecho podía ver a través del tubo, aun cuando el campo invertido quedaba muy reducido de tamaño; el ojo izquierdo quedaba cubierto por el molde de escayola. A pesar de las incomodidades de este chisme, Stratton pudo hacer algunas observaciones instructivas.
El primer día en que vivió en ese extraño mundo patas arriba estaba totalmente desorientado. Tenía los pies por encima de la cabeza; se veía obligado a buscarlos cuando quería comprobar si podía andar sin tropezar con nada. Las manos entraban y salían del campo visual por arriba en lugar de hacerlo por abajo. Cuando movía la cabeza, el campo visual oscilaba rápidamente en la misma dirección. Tenía dificultad para reconocer los sitios que le eran familiares. Hacía movimientos inadecuados y apenas podía comer. A pesar de la náusea y la depresión, siguió adelante; y gradualmente comenzó a acostumbrarse al disfraz. Al segundo día sus movimientos se habían hecho menos penosos. Al tercer día comenzó a sentirse en casa en el nuevo ambiente. Al quinto día el mundo dejó de vacilar; cuando movía la cabeza pensaba en su cuerpo de acuerdo con nuevas imágenes y era capaz a menudo de evitar tropezar con los objetos sin necesidad de pensar primero en ellos. La mayor parte de su mundo seguía estando cabeza abajo, pero esto ya no le molestaba gran cosa. [...] Cuando hubo terminado el experimento y sacó las lentes del tubo, estuvo nuevamente desorientado y confuso durante varias horas antes de acostumbrarse a la visión normal de las cosas.

George A. Miller, Introducción a la psicología. Alianza Editorial, 1982. p.165-6.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Era todo mecánico

La dejé continuar. Apenas tenía diecinueve años, pero mostraba ya la ductilidad encallecida de la pseudointelectual. Desgranaba sus ideas con labia, pero en el fondo era todo mecánico. Cada vez que yo le brindaba una intuición, ella fingía placer:
- Oh, sí, Kaiser. Sí, chico, es muy profundo. Una comprehensión platónica del cristianismo... ¿por qué no me habré dado cuenta antes?
Hablamos alrededor de una hora, hasta que ella dijo que tenía que irse. Cuando se levantó, le tendí un billete de cien.
- Gracias, cariño.
- Puede haber muchos más.
- ¿Qué quieres decir?
Había picado su curiosidad. Volvió a sentarse.
- Supongamos que quisiera... organizar una fiesta -anuncié.
- ¿Qué clase de fiesta?
- Supongamos que quisiera tener una charla sobre Noam Chomsky con dos chicas.
- Oh, caramba.
- Si prefieres dejarlo correr...
- Tendrás que hablar con Flossie -dijo-. Eso cuesta mucho.
Era el momento de apretarle las clavijas. Lucí mi insignia de investigador privado y le informé que había caído en una trampa.
- ¿Qué?
- Soy un poli, preciosa, y discutir Melville por dinero es un 802. Te va a salir una buena temporada.

Woody Allen, La puta de Mensa. En: Cuentos sin plumas. Círculo de Lectores, 1991. p. 146.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Pacto de sumisión

«Nosotros, el omnipotente Lucifer, secundado por Satanás, Belcebú, Leviatán, Elimi, Astaroth y otros, aceptamos en el día de hoy el pacto de sumisión de Urbain Grandier, quien está de nuestra parte. Y le prometemos el amor de las mujeres, la flor de las vírgenes, la castidad de las monjas, los honores del mundo, los placeres y las riquezas. Fornicará cada tres días; la embriaguez será querida para él. Nos ofrecerá una vez al año un tributo marcado con su sangre; pisoteará los Sacramenteos de la Iglesia, y nos rezará a nosotros sus oraciones. En virtud de este pacto, vivirá feliz durante veinte años en la tierra, entre los hombres, y finalmente vendrá a nosotros para maldecir a Dios. Hecho en el infierno, en la asamblea de los diablos».

Frank Donovan, Historia de la brujería. Editorial Alianza, 1978. p.124.

viernes, 18 de diciembre de 2009

No encontraremos nada

¿Cuál era el elemento del pensamiento? ¿Era la célula cerebral? ¿Mediante qué procedimientos células que parecían poco diferenciadas recibían las impresiones, archivaban la memoria, fabricaban la imaginación, la voluntad y el razonamiento? En este tenor, Babeuf pasaba el día en su laboratorio haciendo cortes de cerebro, seccionándolos y examinándolos al microscopio. Conocía perfectamente la histología de todas las partes de la sustancia cerebral y la estructura de las células. Pero para el conocimiento de la verdad, la célula no ayudaba más que un acta firmada o un recibo de cuenta. Era un hecho que no revelaba la personalidad en lo más mínimo. ¿Podría desarmársele e ir más lejos? Quizá, pero Babeuf estaba convencido de que la ciencia del cuerpo humano, tal como la de los hechos humanos, tenía límites. Y repetía:

-No encontraremos nada. Jamás encontraremos nada. Pero cortemos cerebros. Sí, a trabajar. Hay que cortar cerebros.

Marcel Schwob, La mano gloriosa y otros cuentos. Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial de la Universidad Autónoma de México, 2006. p. 38.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Los detalles

Érase una vez un hombre llamado Albinus, que vivía feliz en Berlín, Alemania. Era rico, respetable, feliz. Un día abandonó a su mujer por una amante joven; amó; no fue amado; y su vida acabó en un desastre.
Éste es el cuento, en suma, y podríamos haberlo dejado aquí si no fuera por el interés y el placer de narrarlo. Pues aunque basta el espacio de una lápida para contener, encuadernada en musgo, la versión abreviada de la vida de un hombre, los detalles siempre se agradecen.

Vladimir Nabokov, Risa en la oscuridad. Círculo de Lectores, 2000. p. 7

lunes, 14 de diciembre de 2009

Escipión en Numancia

[Escipión] se adelantó hacia Iberia para unirse al ejército, pues se había enterado que estaba lleno de ociosidad, discordias y lujo, y era plenamente consciente de que jamás podría vencer a sus enemigos antes de haber sometido a sus hombres a la disciplina más férrea.

Nada más llegar, expulsó a todos los mercaderes y prostitutas, así como a los adivinos y sacrificadores, a quienes los soldados, atemorizados a causa de las derrotas, consultaban continuamente. Asimismo les prohibió llevar en el futuro cualquier objeto superfluo, incluso víctimas sacrificiales con propósitos adivinatorios. Ordenó también que fueran vendidos todos los carros y la totalidad de los objetos innecesarios que contuvieran y las bestias de tiro, salvo las que permitió que se quedaran. A nadie le fue autorizado tener utensilios para su vida cotidiana, exceptuando un asador, una marmita de bronce y una sola taza. Les limitó la alimentación a carne hervida o asada. Prohibió que tuvieran camas y él fue el primero en descansar sobre un lecho de yerba. Impidió también que cabalgaran sobre mulas cuando iban de marcha, pues: “¿Qué se puede esperar, en la guerra -dijo- de un hombre que es incapaz de ir a pie?”. Tuvieron que lavarse y untarse con aceite por sí solos, diciendo en son de burla Escipión que únicamente las mulas, al carecer de manos, tenían necesidad de quienes las frotaran. De esta forma, los reintegró a la disciplina a todos en conjunto y también los acostumbró a que lo respetaran y temieran, mostrándose de difícil acceso, parco a la hora de otorgar favores y, de modo especial, en aquellos que iban contra las ordenanzas. Repetía, en numerosas ocasiones, que los generales austeros y estrictos en la observancia de la ley eran útiles para sus propios hombres, mientras que los dúctiles y amigos de regalos lo eran para sus enemigos, pues, decía, los soldados de estos últimos están alegres pero indisciplinados y, en cambio, los de los primeros, aunque con un aire sombrío, son, no obstante, obedientes y están dispuestos a todo.

Apiano, Historia romana I. Editorial Gredos, 1995. p.174-5.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Estratagema

Nos volvimos a ver. Seguimos yendo a bailar. Vimos juntos El diablo en el cuerpo, donde actuaba Gérard Philipe. En cierta secuencia, la heroína pide al sumiller que les cambie una botella de vino ya muy reducida, porque, según ella, huele a corcho. Tratamos de repetir esta estratagema en una sala de baile, y el sumiller, tras comprobarlo, impugnó nuestro diagnóstico. Ante nuestra insistencia, nos la cambió sin dejar de advertirnos: “¡No volváis a poner vuestros pies aquí!”. Me admiró tu sangre fría y tu desparpajo. Me dije: “Estamos hechos para entendernos”.

Al final de nuestra tercera o cuarta cita, por fin te besé.

André Gorz, Carta a D. Historia de un amor. Paidós, 2008. p. 12-3.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Sócrates

Todo el mundo estaba de acuerdo en que Sócrates era muy feo; tenía una nariz chata y mucho vientre; era «más feo que todos los silenos del drama satírico» (Jenofonte, Simposio). Siempre estaba vestido con viejos trajes raídos, y además iba descalzo a todas partes. Su indiferencia frente al calor y al frío, al hambre y a la sed asombraba a todo el mundo. [...]
Su dominio sobre todas las pasiones del cuerpo se evidencia continuamente. Raras veces bebía vino, pero cuando bebía superaba a todos; nadie le había visto nunca borracho. En el amor, aun en las más grandes tentaciones, permaneció platónico, si Platón dice la verdad. Era un perfecto santo órfico: en el dualismo entre el alma celestial y el cuerpo terrenal había conseguido el más perfecto dominio del alma sobre el cuerpo. Su indiferencia frente a la muerte, por fin, es la última prueba de este dominio.

Bertrand Russell, Historia de la filosofía occidental. Tomo I. Espasa Calpe, 1995. p. 128-9.