miércoles, 23 de diciembre de 2009

Era todo mecánico

La dejé continuar. Apenas tenía diecinueve años, pero mostraba ya la ductilidad encallecida de la pseudointelectual. Desgranaba sus ideas con labia, pero en el fondo era todo mecánico. Cada vez que yo le brindaba una intuición, ella fingía placer:
- Oh, sí, Kaiser. Sí, chico, es muy profundo. Una comprehensión platónica del cristianismo... ¿por qué no me habré dado cuenta antes?
Hablamos alrededor de una hora, hasta que ella dijo que tenía que irse. Cuando se levantó, le tendí un billete de cien.
- Gracias, cariño.
- Puede haber muchos más.
- ¿Qué quieres decir?
Había picado su curiosidad. Volvió a sentarse.
- Supongamos que quisiera... organizar una fiesta -anuncié.
- ¿Qué clase de fiesta?
- Supongamos que quisiera tener una charla sobre Noam Chomsky con dos chicas.
- Oh, caramba.
- Si prefieres dejarlo correr...
- Tendrás que hablar con Flossie -dijo-. Eso cuesta mucho.
Era el momento de apretarle las clavijas. Lucí mi insignia de investigador privado y le informé que había caído en una trampa.
- ¿Qué?
- Soy un poli, preciosa, y discutir Melville por dinero es un 802. Te va a salir una buena temporada.

Woody Allen, La puta de Mensa. En: Cuentos sin plumas. Círculo de Lectores, 1991. p. 146.