Esta mañana circuncisión de mi sobrino. Un hombrecillo patizambo, Austerlitz, que ya tiene a sus espaldas dos mil ochocientas circuncisiones, ejecutó el acto con mucha habilidad. Es una operación que viene dificultada por el hecho de que la criatura, en vez de estar tendida encima de la mesa, lo está sobre el regazo de su abuelo, y el operador, en vez de atender exclusivamente a lo que está haciendo, se dedica a murmurar oraciones. Primero se inmoviliza a la criatura con unas fajas que sólo dejan libre el miembro, después, colocando encima un disco de metal perforado, se aísla la superficie que hay que cortar, finalmente se ejecuta el corte con un cuchillo casi corriente, parecido a un cuchillo para el pescado. Es ese momento se ve sangre y carne viva, el Moule manipula brevemente allí con sus dedos temblorosos de uñas largas y coloca encima de la herida, como si fuese el dedo de un guante, una piel que ha sacado de no se sabe dónde. Todo acaba enseguida, el niño apenas ha llorado. Ahora ya no falta más que una breve oración durante la cual el Moule bebe vino y lleva un poco de vino, con sus dedos aún no del todo limpios de sangre, a los labios del niño. Los presentes rezan: «Así como ahora ha entrado en la Alizanza, así debe llegar al conocimiento de la Torá, a unas bodas dichosas y a la práctica de buenas obras».
Franz Kafka, Obras Completas II. Diarios (Entrada del 24 de diciembre de 1911). Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 2000. p. 252.