lunes, 12 de enero de 2009

Tegularius

En relaciones de buena amistad con el que informa. Alumno con varias distinciones en Keuperheim, buen conocedor de la filosofía antigua, muy interesado por cuestiones filosóficas, hizo estudios sobre Leibniz, Bolzano, y más tarde, sobre Platón. Es el jugador de abalorios con más talento y brillantez que jamás he conocido. Estaría predestinado a ser Magister Ludi si su carácter, a causa de una salud muy delicada, no fuera tan poco apropiado para ello. Tegularius no debe llegar nunca a un puesto directivo o representativo ni a una función organizadora. Esto sería para él y para el cargo una verdadera desgracia. Su insuficiencia se exterioriza corporalmente en estados depresivos, períodos de insomnio y dolores nerviosos; espiritualmente se manifiesta en melancolía, violenta necesidad de estar solo, angustia ante el deber y la responsabilidad, y es de suponer que incluso en ideas de suicidio. A pesar de hallarse en tan deplorable estado se mantiene en forma sirviéndose de la meditación y de una estricta autodisciplina, con tal ánimo, que los que le tratan no tienen la menor idea de la gravedad de sus padecimientos y sólo se aperciben de su gran timidez y reserva. Si bien no está caracterizado para regir los más altos cargos, viene a ser por otra parte una pieza valiosísima e insustituible en el Vicus Lusorum. Domina la técnica de nuestro juego como un gran músico su instrumento; halla a ciegas los matices más delicados y no es de despreciar como pedagogo.

Herman Hesse, El juego de los abalorios. Alianza Editorial, 1999. pp. 157-8