Resulta interesante destacar que el beso ha sido para todos los pueblos una expresión de amor, de afecto, de veneración y de fervor religioso, aunque caben ciertas excepciones. Kristoffer Nyrop, en Kysset og dets historie, escribe: «En los pueblos salvajes o semisalvajes, como los neozelandeses de Oceanía, los somalíes de África y los esquimales de América, es desconocido el beso como símbolo de amor...». Los otaiti encuentran repugnante la costumbre de besarse. Los chinos, según Pablo d'Enjoy, besan solamente a su amante y lo hacen tocando la mejilla, la frente o la mano con la nariz, olfateando ligeramente, para terminar con un chasquido de los labios. C. Hentze, en Las formas de saludo en los poemas homéricos, refiere que el beso en la boca era desconocido de los griegos, y que para saludarse, se besaban en la cara, los ojos, y rara vez en las manos, al tiempo que mientras se besaban se tiraban cariñosamente de las orejas: «Ya no quiero a Acippe, dice el cabrero de Teocrito, porque la última vez que le llevé una paloma no me cogió de las orejas al abrazarme...»
Enrique Balash Blanch, El lenguaje secreto de los cuentos. Editorial Oberón, 2004. p-285-6.