-Raramente lo pruebo, pero es bastante bueno. Ahora estoy en el almacén de intendente, de modo que necesito muy poca cosa.
-¿Cuándo comió por última vez? -pregunté.
-El miércoles.
Por lo visto había consumido algo de chocolate, una naranja y una taza de té. Estábamos a sábado. Creo haber colocado unas manzanas a su alcance y, al cabo de cierto tiempo, tomó una. La fruta es su único sibaritismo [...] Tiene la costumbre de renunciar de tarde en tarde a la comida durante tres días -en pocas ocasiones cinco- para comprobar que puede efectuarlo sin preocuparse ni resentirse. El ayuno, a su juicio, aguza la percepción y es buen ejercicio preparatorio para los malos tiempos. Y han abundado en su existencia.
Robert Graves, Lawrence y los árabes. Ediciones Península, 2006. p. 37.