viernes, 10 de julio de 2009

A solas y a puerta cerrada

Evita comer en compañia. No le gusta hacerlo a horas fijas. Aborrece haber de esperar más de dos minutos para que le sirvan, y consumir más de cinco en la función de alimentarse. Por esta razón, se nutre principalmetne de pan y mantequilla. Y prefiere el agua como bebida. Opina que alimentarse es una actividad muy íntima, y que debería efectuarse en un cuartito, a solas y a puerta cerrada. Come, llegado el momento -poco frecuente-, con indiferencia, de manera distraída. Vino a verme en su motocicleta de carreras a la hora del desayuno: había salvado trescientos sesenta kilómetros en trescientos minutos. No quiso desayunar. Le pregunté luego cómo era el rancho del campamento.
-Raramente lo pruebo, pero es bastante bueno. Ahora estoy en el almacén de intendente, de modo que necesito muy poca cosa.
-¿Cuándo comió por última vez? -pregunté.
-El miércoles.
Por lo visto había consumido algo de chocolate, una naranja y una taza de té. Estábamos a sábado. Creo haber colocado unas manzanas a su alcance y, al cabo de cierto tiempo, tomó una. La fruta es su único sibaritismo [...] Tiene la costumbre de renunciar de tarde en tarde a la comida durante tres días -en pocas ocasiones cinco- para comprobar que puede efectuarlo sin preocuparse ni resentirse. El ayuno, a su juicio, aguza la percepción y es buen ejercicio preparatorio para los malos tiempos. Y han abundado en su existencia.

Robert Graves, Lawrence y los árabes. Ediciones Península, 2006. p. 37.