El meriah era una víctima voluntaria, comprada por la comunidad; se le dejaba con vida durante años, podía casarse y tener hijos. Pocos días antes de sacrificarle, el meriah era consagrado, es decir, identificado con la divinidad a la que se le iba a sacrificar: la multitud danzaba a su alrededor y le veneraba. A continuación, oraban a la tierra: "Oh, Diosa, te ofrecemos este sacrificio; ¡concédenos buenas cosechas, buenas estaciones y buena salud!" Y se añadía volviéndose hacia la víctima: "Te hemos comprado y no te hemos retenido por la fuerza; ¡ahora te sacrificaremos según la costumbre y que no caiga pecado alguno sobre nosotros!". La ceremonia también incluía una orgía que duraba varios días. Al final se drogaba al meriah con opio y, tras estrangularle, se le cortaba en pedazos. Todos los pueblos recibían un fragmento de su cuerpo, que se enterraba en los campos. El resto del cuerpo se quemaba, y las cenizas se desparramaban sobre la tierra.
Mircea Eliade, Mitos, sueños y misterios; p. 217. Ed. Kairós.